Para el Mtro. Sergio Berlioz en honor a su Quinta Sinfonía dedicada a la
Batalla del 5 de Mayo.
Este 5 de mayo, la presidenta Claudia Sheinbaum evocó el coraje de aquella generación que, en la segunda mitad del siglo XIX, defendió con talento y dignidad el destino de la nación. Subrayó que el peso de esa herencia nos compromete, aún hoy, a preservar la soberanía nacional: económica, energética, alimentaria, tecnológica y científica.
La Batalla de Puebla ha sido contada como una epopeya. En su centro, Ignacio Zaragoza: modesto, miope, de baja estatura, pero inmenso en convicción. A su lado, no sólo soldados de carrera: también campesinos, indígenas, artesanos, serranos. México convocado por la necesidad urgente de unidad.
Este aniversario de la gesta del 5 de mayo no ocurre en el vacío. Llega en medio de un mundo en reordenamiento: tensiones comerciales, exigencias diplomáticas, presiones fronterizas. Como si todo eso no bastara, el expresidente Ernesto Zedillo reapareció con críticas al gobierno actual, reabriendo una herida que nunca cicatrizó del todo.
“El presidente del Fobaproa”, se le vuelve a nombrar. Pablo Gómez, cuenta los hechos de esos días aciagos, protagonista de ese momento y hoy alto funcionario, recuerda que el Fondo Bancario de Protección al Ahorro fue creado para evitar el colapso financiero, la quiebra de los bancos, pero que ahora los bancos salvados cosechan ganancias históricas. Desde la oposición, Rubén Moreira propone suspender los pagos: “México necesita esos recursos para invertir. Es hora de revisar y renegociar el Fobaproa”.
Rubén Moreira soltó una idea que rápido se asocia a un concepto: moratoria, una palabra que no es nueva en la historia de México. En octubre de 1861, Benito Juárez la pronunció al suspender el pago de la deuda externa. Inglaterra y España aceptaron dialogar. Francia, alentada por ambiciones imperiales, optó por la guerra.
En la sombra de esa decisión se movía Jean Baptiste Jecker, banquero suizo, calculador y voraz. Había prestado al gobierno mexicano con cláusulas usureras. Al ver amenazados sus intereses, presionó al gabinete de Napoleón III y manipuló los hechos. Lo que era una disputa financiera se transformó, en gran medida por su mano, en invasión militar.
Así comenzó la intervención francesa. Y así se llegó al 5 de mayo de 1862. Durante horas, el ejército imperial atacó el cerro de Guadalupe. Zaragoza resistió una y otra vez. Al caer la tarde, el telégrafo llevó al Palacio de Comunicaciones un parte de guerra que aún estremece: “Las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria...”
La victoria fue efímera, pero simbólicamente imborrable. Un año más tarde, en 1863, los franceses regresaron con más hombres y artillería. Tras 62 días de asedio, tomaron Puebla y luego la Ciudad de México. La calle recién bautizada como Cinco de Mayo fue objeto de escarnio: soldados franceses dispararon contra su placa. Pero no lograron borrarla. La memoria es más tenaz que la pólvora.
Antes de esa gesta, el tramo había sido ruina y superstición: restos de conventos demolidos, piedras talladas con imágenes sacras, polvo y abandono. Era una calle sin nombre. Fue el triunfo sobre el imperio lo que le dio identidad. Y con el tiempo, vida.
En la otra orilla del mundo, en París, también hubo una calle llamada Puebla, quizás bautizada por la toma de la ciudad en 1863. Pero el nombre desapareció en 1880, tragado por las reformas urbanas de Haussmann. Hoy sólo un sendero en Buttes-Chaumont conserva el recuerdo.
Dos calles: una desvanecida, otra consagrada. Entre ambas, un eco persistente. Una lucha entre imperios y repúblicas, entre codicia e independencia.
Hoy, la calle Cinco de Mayo vibra con el bullicio del comercio y el paso apurado. Pero bajo en ella late una memoria intacta. Como entonces, México se enfrenta hoy a decisiones que exigen coraje. Volver a hablar de moratoria, ahora al Fobaproa, revisar lo impensado, cuestionar lo heredado, no es debilidad: es fidelidad a una historia.