El eco de las guerras pasadas resuena hoy con tonos graves. La Cumbre del G7 en Canadá, prometía ser un encuentro decisivo, especialmente para el esperado diálogo entre Claudia Sheinbaum y Donald Trump, pero se vio abruptamente interrumpida. El presidente estadounidense suspendió su participación y regresó a Washington tras advertir, con su tono crudo e inconfundible, la urgencia global: “Evacúen Teherán”. La escalada entre Israel e Irán, impulsada por credos irreconciliables y la agonía de viejas hegemonías, encendió las alarmas y dejó la cumbre desarticulada casi al inicio.
Desde su avión, Trump justificó su retirada con una frase apresurada: “Tengo que regresar lo antes posible”. Su partida dejó tras de sí un foro internacional desdibujado, apenas envuelto en el ruido sordo de un presente que, por momentos, se parece demasiado a las vísperas de un desencuentro de dimensiones inimaginables.
En medio de ese torbellino diplomático, la presidenta Sheinbaum actuó con sobriedad y determinación. Ante la propuesta de improvisar una cumbre exprés en Washington para remediar la intempestiva retirada de Trump, respondió: “No lo tengo planeado”. Mantuvo su agenda: sostuvo encuentros bilaterales con voz firme y sin gestos espectaculares. En su negativa —medida e institucional— se leyó más que una agenda; se leyó carácter. México no improvisa su lugar en el mundo, ni siquiera cuando la partitura internacional parece desarmarse.
En este panorama de urgencias y desencuentros diplomáticos, la Ciudad de México ofrecía, casi simultáneamente, otra clase de respuesta al desasosiego global. Lejos del fragor geopolítico y las tensiones internacionales, el domingo pasado una lluvia fina descendía sobre el majestuoso Palacio de Bellas Artes. Dentro de ese recinto, el Coro de Madrigalistas ofrecía algo más que un concierto: un impasse, un respiro necesario. El programa, se tituló Madrigalistas por la Paz, conmemorando los ochenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero no fue una ceremonia más; fue un conjuro contra el olvido, una plegaria colectiva para que la barbarie no regrese, como pareciera amenazar en estos días.
Las piezas interpretadas tejieron un itinerario profundo entre el dolor del cautiverio, la tragedia del exilio y la esperanza —siempre precaria— del regreso. No era una gala, sino una vigilia sonora. Una manera coral de recordar que el horror, cuando se archiva sin duelo, regresa disfrazado de urgencia. Y que la música, cuando es memoria, también esresistencia.
El Coro de Madrigalistas, fundado en 1938 por Luis Sandi, ha sido testigo de las transformaciones del país. Bajo la dirección de Carlos Aransay y acompañado por el Ensamble de Percusión Barra Libre, ofreció un programa que rozó lo sagrado sin abandonar lo civil. El momento más hondo y climático fue el estreno mundial de “Ítaca”, del maestro Sergio Berlioz: una obra para tiempos inciertos, la metáfora del viaje de Ulises de regreso a casa, donde la emoción del viaje mismo prevalece sobre el simple hecho del retorno
La Segunda Guerra Mundial, con sus 70 millones de muertos y su arquitectura del odio, pareció alguna vez el límite moral de la humanidad. Pero hoy, ochenta años después, su sombra se agita otra vez. Las conmemoraciones en Berlín, Londres y París fueron advertencias más que festejos. En la ciudad de México, en el Palacio de las Bellas Artes también. La música, como la diplomacia, intenta tender puentes. Pero hay épocas —como la nuestra— en que los puentes crujen.
Así, México vivió esta semana una doble escena. Allá, en los salones enrarecidos de las cumbres, se habló de economía, clima y seguridad. Aquí, entre columnas de mármol y vitrales, las voces dijeron: nunca más. Allá, el lenguaje de los intereses. Acá, el lenguaje de las almas. Y, sin embargo, las guerras siguen. Por eso la música importa. Por eso la política —cuando se ejerce con dignidad, con memoria, con sentido de lo humano— también importa. La simultaneidad no fue coincidencia; fue el reflejo punzante de un mundo donde historia y actualidad se funden en una misma partitura de zozobra... y de esperanza. Porque incluso en tiempos oscuros, hay quien canta para que el mundo no se hunda en el silencio.