En el ejercicio de la Mediación, una herramienta esencial para la transformación pacífica de los conflictos es el rol de la persona mediadora como agente de realidad. Esta figura representa una voz serena, empática y objetiva que, desde fuera del conflicto, ofrece una mirada clara sobre las posibilidades reales de solución. No se trata de imponer, sino de acompañar con respeto, promoviendo decisiones informadas, conscientes y orientadas al bienestar colectivo.
Cuando las emociones nublan el juicio o las expectativas se alejan de lo posible, la persona mediadora como agente de realidad actúa como un puente entre la percepción subjetiva y la comprensión profunda de lo que puede construirse en común. Su intervención busca restaurar la confianza, abrir espacios de diálogo y fomentar acuerdos que respeten la dignidad de todas las partes involucradas.
Este enfoque no solo es útil en contextos jurídicos o familiares. También puede aplicarse a situaciones sociales más amplias, como la que atraviesa actualmente la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), institución emblemática de nuestra vida académica, cultural y científica. Ante el cierre por una semana de escuelas y facultades, me siento en la necesidad de ejercer conmiga misma este rol de agente de realidad, guiada por el amor profundo que siento por mi alma mater y por el compromiso con la educación pública.
La UNAM ha sido históricamente un crisol de diversidad, un espacio de encuentro entre personas de todas las regiones del país, una fuente de pensamiento crítico, libertad intelectual y crecimiento humano. Es también una puerta abierta al desarrollo científico, artístico y comunitario. Su campus representa mucho más que aulas: es un territorio de convivencia, inspiración y construcción de ciudadanía.
Desde esta perspectiva, cabe preguntarse con serenidad y responsabilidad: ¿a quién le conviene que la UNAM permanezca cerrada? ¿Qué intereses se ven favorecidos cuando se interrumpe el acceso a la educación, al diálogo plural y a la investigación comprometida con el bien común? ¿Quién se beneficia de la desestabilización de una institución que encarna autonomía, inclusión y pensamiento libre?
Y estimada lectora, lector, mira que estas preguntas no buscan polarizar, sino invitarte a la reflexión colectiva. Porque cuando una comunidad educativa se ve limitada en su capacidad de reunirse, aprender y crear, toda la sociedad pierde. La paz no es solo ausencia de conflicto, sino presencia activa de justicia, equidad y participación.
La Mediación nos enseña que los desacuerdos pueden convertirse en oportunidades si se abordan con apertura, empatía y visión comunitaria. Ser agente de realidad implica asumir la responsabilidad de pensar con claridad, de actuar con ética y de valorar los espacios que promueven el bienestar social. Hoy más que nunca, necesitamos voces que construyan, que integren y que cuiden. Porque preservar a la UNAM es también preservar el derecho a pensar y construir un país más justo, más libre y más solidario. Es hacer un país de oportunidades reales para nuestras y nuestros jóvenes estudiantes y futuros profesionistas.