La violencia no es arte

18 de Junio de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (Ciudad de México, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

La violencia no es arte

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Imagina que estás en el escenario, ejecutando una performance sobre la violencia y el abuso sexual, cuando de pronto alguien se acerca y comienza a abusar de ti. Te desconciertas, no sabes qué hacer, pides ayuda al público, pero como creen que todo es parte del espectáculo, nadie reacciona. Ahí te quedas, sin saber qué acaba de pasar, hasta que una persona finalmente interviene. Luego, intentas seguir adelante, porque, pese a todo, el show debe continuar, pero la situación te lo impide, así que, entre lágrimas, frenas de tajo.

No. No se trata de alguna serie nueva o alguna película de terror próxima a estrenarse. Este fue el infierno del que Xitlalli Treviño fue víctima en el marco del Festival Arte/Acción (FAA) en noviembre de 2023.

De acuerdo con su declaración, en medio de la presentación de su pieza “Un clon de mí”, fue violentada física y sexualmente por Rocío Boliver, conocida como “La Congelada de Uva”, artista de culto en la escena del performance mexicano. Boliver la agredió mientras ella estaba encadenada y en estado de vulnerabilidad: le rompió el vestuario, le profirió insultos sexuales, le embarró excremento en la boca y, sin su consentimiento, le introdujo un dedo en el ano. Todo esto, frente a un público que no reaccionó, confundido por el formato de la obra.

Boliver, por su parte, niega rotundamente los hechos, bajo el argumento de que fue la propia artista quien le “pidió” intervenir. Aunque nunca existió un consenso explícito, en su versión, La Congelada de Uva fue una espectadora más que simplemente reaccionó a las provocaciones de la performer, como si una sugerencia justificara una agresión. Como si el arte pudiera ser usado como coartada para vulnerar a otra persona.

El escándalo ha encendido un debate profundamente incómodo: ¿cómo se denuncia a una figura intocable dentro del arte?

Xitlalli lo resume con crudeza: en el gremio le dijeron que “ya lo supere” y que “solo busca fama”. Porque Boliver no es cualquier persona: tiene más de tres décadas de trayectoria, ha sido homenajeada internacionalmente y es considerada una de las voces más radicales del arte disidente. Y ese peso simbólico parece haber servido de escudo.

No sólo eso: desde el ámbito legal, las autoridades capitalinas han dado un laxo, por no decir nulo, seguimiento al caso bajo el argumento de falta de pruebas en la denuncia que Treviño realizó formalmente desde febrero. Cabe mencionar que, al ser foránea, la artista ha tenido que enfrentar este proceso sin acompañamiento y de manera interrumpida, lo que ha alentado los protocolos. Todo esto, sumado a la falta de voluntad de las autoridades de avanzar debido al prestigio de la persona acusada.

Pero la violencia no pierde gravedad por venir de una vaca sagrada. Y el consentimiento no se difumina por estar sobre un escenario. Que Boliver defienda su intervención bajo el argumento de que “todo es posible en un espacio liminal” es ignorar que el arte jamás debe cruzar la frontera del abuso. No cuando el cuerpo que se violenta es real. No cuando el daño traspasa la ficción.

El silencio que siguió —por parte de medios, de la escena artística y de sus propios colegas— fue tan ruidoso como los hechos. Que haya sido el propio Festival FAA quien reconociera la agresión da cuenta de que algo falló profundamente: los protocolos, la ética, la empatía.

Si de algo debe servir este caso es para evidenciar que incluso en los espacios que se dicen seguros, donde el arte busca romper estructuras, también se reproducen dinámicas de poder, de impunidad, de encubrimiento.

No se trata de censurar ni de cancelar. Se trata de reconocer que el abuso no tiene justificación estética. Que el escenario no es una zona libre de responsabilidad. Y que el arte que no respeta al otro, no es arte: es violencia disfrazada de vanguardia.

*La otra cara del arte*

Mientras algunos entienden el arte como una vía para transgredir, otros lo abrazan como un espacio de sanación. Tal es el caso de Conocer el mundo con la boca, sin que te piquen las espinas, exposición de Colección FEMSA que llega este 17 de mayo a Casa del Lago UNAM. A través de 42 piezas de 37 artistas, la muestra reflexiona sobre la comida como puente entre el cuerpo, la tierra y la memoria. Con instalaciones, pinturas y videos, la exposición propone que también desde lo cotidiano se puede narrar una historia, dejar una huella o reconstruir una herida. Quizás ahí radique el verdadero poder del arte: en su capacidad de conmover sin lastimar, de decir sin oprimir y de transformar sin transgredir la dignidad del otro.