La política mexicana nos regala, de vez en cuando, escenas que trascienden el día a día y se convierten en símbolos. Hoy vivimos uno de esos momentos: por primera vez, las dos cámaras del Congreso están presididas por mujeres. Kenia López Rabadán, en la Cámara de Diputados, y Laura Itzel del Castillo, en el Senado, representan orígenes, trayectorias e ideologías distintas, pero comparten una misión ineludible: ser la voz de la pluralidad y resguardar la institucionalidad de la República.
Kenia López Rabadán se ha ganado un lugar en la vida pública por su estilo directo, crítico y sin rodeos. Abogada de formación, se ha distinguido como una férrea defensora del Estado de derecho, de las instituciones y de la necesidad de poner límites al poder. No es extraño verla levantar la voz con energía, a veces con dureza, pero siempre con argumentos. Su presencia en la presidencia de la Cámara de Diputados manda un mensaje claro: la oposición sabe conducir con institucionalidad, y lo hace desde la convicción de que la política es debate, pero también capacidad de acuerdo.
Laura Itzel del Castillo, en cambio, ha construido su trayectoria desde otra trinchera: la de la izquierda social, ligada a la lucha por la vivienda, el urbanismo incluyente y la planeación del desarrollo con rostro humano. Arquitecta de profesión, su discurso ha estado siempre enfocado en quienes pocas veces tienen cabida en las decisiones: los olvidados por el sistema. Hoy, al frente del Senado, encarna la voz de esas causas históricas que pedían resonar en las más altas tribunas.
Que una mujer de oposición encabece la Cámara baja y otra de la mayoría dirija la Cámara alta no es un simple acomodo político. Es, en los hechos, la representación de un país diverso que no puede reducirse a una sola visión. Las presidencias de Kenia y Laura Itzel son un recordatorio de que la democracia se construye con contrastes, con voces diferentes que dialogan, que se confrontan y, en el mejor de los casos, que encuentran puntos de encuentro.
No se trata de borrar las diferencias —eso sería negar la esencia misma del Congreso—, sino de demostrar que las instituciones están por encima de las coyunturas partidistas. México necesita que sus legisladores discutan con pasión, sí, pero también que acuerden con responsabilidad.
El reto para ambas presidentas es enorme. El Congreso vive bajo la lupa ciudadana, acusado con frecuencia de ser un espacio de pleitos estériles y discursos huecos. Kenia y Laura Itzel tienen la oportunidad de mostrar que se puede conducir con altura de miras, que la pluralidad no es un obstáculo sino la materia prima de la democracia.
En sus manos está demostrar que las diferencias ideológicas pueden coexistir sin anularse; que es posible poner por delante el interés del país antes que la conveniencia partidista. En pocas palabras, que el Congreso puede recuperar su prestigio como el foro donde se escuchan y se procesan las múltiples voces de México.
El hecho de que hoy las dos presidencias del Congreso recaigan en mujeres con trayectorias tan distintas debería leerse como una señal alentadora. No es un triunfo individual ni partidista: es un paso en la madurez democrática del país. Kenia López Rabadán y Laura Itzel del Castillo encarnan la posibilidad de un diálogo distinto, menos marcado por la imposición y más abierto a la negociación.
Al final, lo importante no será cuánto se grite o quién gane más titulares, sino si logran estar a la altura de lo que la historia les pide: ejercer el poder con firmeza, con sensibilidad y con un compromiso profundo hacia la pluralidad de México.
@jlcamachov