Madonna y el cuento de nunca acabar

8 de Mayo de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (Ciudad de México, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

Madonna y el cuento de nunca acabar

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En la Met Gala 2025, Madonna volvió a convertirse en tema de conversación. No por su trayectoria, por su contribución a la cultura pop o por el simbolismo de su presencia en uno de los eventos más icónicos de la moda. No. Una vez más, el centro de la conversación fue su apariencia física.

Aunque recibió comentarios que elogiaban su porte y estilo, las críticas sobre su rostro envejecido dominaron la conversación. Y esta no es una novedad: llevamos más de una década —por no decir toda su carrera— reduciendo a Madonna a su aspecto físico.

Lo verdaderamente irónico es que, esta vez, valiente, Madonna se presentó en la gala sin filtros, sin intervenciones evidentes, con un rostro más natural. Y aun así, fue objeto de burlas. Es decir, incluso cuando hace exactamente lo que la gente ha dicho durante años que “debería hacer” —mostrarse tal como es—, sigue siendo blanco de ataques. ¿Entonces cuál es el verdadero problema?

La respuesta es sencilla y brutal: el problema nunca ha sido cómo se ve Madonna, sino que sea mujer, mayor y visible. En una industria y sociedad que siguen midiendo el valor de las mujeres por su juventud y belleza, envejecer frente a los reflectores es un crimen.

En 2015, al recibir el premio a “Mujer del Año”, Madonna lo dijo con todas sus letras: “No envejezcas. Cumplir años es un pecado. Serás criticada, serás humillada y, definitivamente, no pondrán tus canciones en la radio”. Al mismo tiempo, se ha hecho desde entonces todo tipo de cirugías y arreglos para lucir más joven, lo que ha sido visto como una gran incongruencia.

Es momento de poner sobre la balanza el hecho de que probablemente ese afán por verse siempre joven, que no sólo ha alcanzado a Madonna, sino a cientos de mujeres en el espectáculo es probablemente la consecuencia de la presión de formar parte de una industria machista y misógina, donde las mujeres tienen una fecha de caducidad desde el principio; cosa que, al parecer no pasa con sus colegas varones, como Mick Jagger o Keith Richards, a quienes, en contraste, se les reconoce como un logro mayor seguir vigentes pese a su edad.

Madonna no es el problema. Lo es una sociedad que no sabe cómo lidiar con mujeres que no piden permiso para seguir ocupando espacio.

Lupita TikTok: el circo del morbo sigue

Mientras Madonna resiste los embates de una industria que nunca la aceptó del todo, Lupita TikTok enfrenta otro monstruo igual de despiadado: la crueldad disfrazada de entretenimiento.

Lupita es una joven regiomontana con acondroplasia que se volvió viral en redes sociales no por su talento, ni por un mensaje poderoso, sino por morbo. Se dio a conocer en el programa de Adrián Marcelo, como parte de un espectáculo planeado por una televisora que sabe perfectamente qué vende y cómo monetizarlo: con risas a costa de personas vulnerables. Lupita fue expuesta, caricaturizada, explotada. No hubo contexto ni respeto. Solo cámaras y risas grabadas.

Desde entonces, su vida se convirtió en un asunto de interés público, pero sin que ella como individuo fuera realmente fuera el centro de dicho interés. Miles de usuarios la consumían como un personaje, no como una persona. Y como cualquier objeto de consumo en redes, cuando dejó de entretener, fue desechada.

Todo empeoró cuando se supo que estaba embarazada y, más tarde, cuando su hija recién nacida enfermó de gravedad. Lo que debía ser un momento de intimidad, dolor y protección, se convirtió en una feria mediática. Opinólogos de todas partes la juzgaron como madre, como mujer, como persona. Cada aspecto de su vida fue desmenuzado públicamente, mientras los medios (especialmente en Monterrey) no solo no la protegieron, sino que la exhibieron aún más.

El caso de Lupita es una tragedia social disfrazada de contenido viral. Refleja cómo nuestra cultura —y nuestros medios— siguen sin saber qué hacer con las personas con discapacidad, salvo convertirlas en espectáculo. No hay inclusión real si la exposición solo ocurre cuando hay morbo de por medio.

Tampoco hay empatía cuando a una madre con recursos limitados se le culpa por las condiciones médicas de su hijo, o cuando se le condena públicamente por tener una vida fuera del molde que la sociedad considera “digna”.

En el fondo, tanto Madonna como Lupita se enfrentan al mismo monstruo con distintos rostros: uno que te vigila, te exige y te castiga por atreverte a ser mujer, por atreverte a envejecer, por atreverte a existir fuera de los parámetros de belleza, capacidad, clase o cuerpo que dicta el canon.

Y como sociedad, seguimos fallando en entender que el problema no es cómo se ven, qué hacen o cómo viven… sino cómo las vemos nosotros.