Hablar de Morena es, inevitablemente, hablar de Andrés Manuel López Obrador. No solo fue su primer dirigente nacional, también fue el fundador y el artífice de un movimiento que en octubre de 2011 nació para romper con los privilegios de los partidos tradicionales y para darle un nuevo sentido a la política en México.
Desde el inicio, López Obrador dejó claro que su lucha no era por cargos ni por riqueza, sino por transformar el país desde dos pilares: honestidad y austeridad. Lo repitió hasta el cansancio y, lo más importante, lo practicó. No hubo en él una doble cara ni un discurso para la plaza pública que se contradijera en privado.
Bajo su liderazgo, Morena se convirtió rápidamente en el partido más fuerte de México. La congruencia de su fundador conectó con millones de mexicanos hartos de la ostentación política. López Obrador no necesitaba blindarse con un ejército de escoltas ni recorrer las ciudades en camionetas de lujo. Su vehículo más famoso fue un modesto Jetta blanco, con el que llegaba a actos públicos y privados, enviando un mensaje claro: el poder no es para servirse, es para servir.
Mientras los políticos que él llamaba “neoliberales” o “fifís” vestían trajes de diseñador, lucían relojes carísimos, comían en restaurantes exclusivos y se paseaban por el mundo en primera clase, López Obrador viajaba en vuelos comerciales, se hospedaba en hoteles sencillos y disfrutaba de la comida popular: una quesadilla, un pozole, un caldo de olla, un café de olla en una fonda de carretera.
Y aquí está el punto clave: nunca, en su vida como Presidente, tomó vacaciones en el extranjero. Ni una sola vez. Siempre descansó en México, recorriendo playas, pueblos y ciudades, convencido de que el país que gobernaba debía ser también el lugar donde recargara fuerzas. Para él, ir a Cancún, Huatulco o Palenque no era un sacrificio, sino un privilegio que implicaba convivir con su gente y seguir conociendo la realidad nacional.
Sin embargo, esa congruencia que durante años fue la principal fortaleza de Morena, hoy parece estar en crisis. Los principios que López Obrador dejó como mandamientos para su movimiento —y que incluso redactó en su famoso decálogo— están en riesgo de quedar reducidos a un discurso vacío. Y lo más preocupante es que algunos de los que hoy los traicionan son justamente figuras clave del partido.
El caso más doloroso, por el simbolismo que implica, es el de su propio hijo, Andrés Manuel López Beltrán, quien hace unos días viajó a Japón para vacacionar después de “unos días de mucho trabajo”. La imagen es demoledora: mientras su padre nunca cruzó la frontera para descansar, su hijo fue sorprendido de vacaciones en uno de los destinos más caros del planeta.
Pero no es el único. Ahí está también el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Gutiérrez Luna, y su esposa —también legisladora—, cuyo estilo de vida lujoso es de dominio público. Y, por si faltara algo, el diputado Ricardo Monreal decidió vacacionar en España, un destino que difícilmente encaja en la narrativa de austeridad y cercanía con el pueblo.
Estas actitudes no son simples anécdotas. Son señales de alerta. Representan todo lo que López Obrador criticó durante décadas: la ostentación, el despilfarro, el alejamiento de la gente. Y lo más grave es que vienen desde dentro de Morena, el partido que nació para ser la antítesis de esas prácticas.
Si Luisa María Alcalde, como dirigente nacional, no actúa con firmeza y permite que esto pase sin consecuencias, el mensaje será letal: que en Morena la austeridad era solo una bandera para llegar al poder, no un compromiso real. Y si es así, entonces ya no habrá diferencia entre los morenistas y los partidos que tanto cuestionaron.
Por eso, Morena debe decidir si quiere seguir siendo el movimiento de López Obrador o convertirse en un nuevo PRI o PAN, lleno de privilegios, lujos y políticos desconectados de la realidad. Porque la historia es clara: los pueblos no perdonan la traición a los principios. Y si no lo creen, que esperen a ver el resultado de las elecciones intermedias de 2027.
En política, la congruencia no se hereda, se demuestra todos los días. López Obrador lo entendió. Ojalá sus herederos políticos —y de sangre— lo comprendan antes de que sea demasiado tarde.
En Cortito: En política, los gestos importan tanto como los resultados. Y este martes, Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, volvió a demostrar que en su escritorio no se acumulan los pendientes: se resuelven.
La Fiscalía General de la República y la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana anunciaron el traslado de 26 narcotraficantes a Estados Unidos, todos con orden de extradición.
No se trató de cualquier operativo: entre los entregados hay figuras clave de los cárteles más peligrosos de México, lo que convierte esta acción en un mensaje contundente, tanto hacia dentro como hacia fuera del país.
No es poca cosa. Estamos hablando de figuras que en su momento controlaron regiones enteras, movieron toneladas de droga y tejieron redes de corrupción. Su salida del país para enfrentar la justicia estadounidense es un golpe estratégico que corta hilos de operación y manda un mensaje: la cooperación binacional está viva y funcionando.
Porque aquí está el punto central: estas extradiciones no solo son un éxito operativo, también son una muestra del nivel de entendimiento que existe hoy entre México y Estados Unidos en materia de seguridad.