En los últimos días se desataron diversos rumores en los pasillos de la Cancillería mexicana, así como en algunas redes sociales, sobre una eventual salida de la SRE del canciller Juan Ramón de la Fuente, a los que tuvo que salir al paso la presidente Claudia Sheinbaum.
Durante la “mañanera” del 16 de julio la presidente mexicana descartó dichos rumores, al calificar gloriosamente a dicho funcionario como “un hombre muy reconocido nacional e internacionalmente, y está haciendo muy buen trabajo”, dijo.
Como bien es conocido, el actual titular de la SRE es psiquiatra de profesión y en las relaciones exteriores en el sexenio pasado recibió un nombramiento político del entonces presidente Andrés Manuel López Obrador como Representante Permanente de la Misión de México ante la ONU, cargo que ocupó durante cinco años, y hoy venido a canciller mexicano. Esa ONU frecuentemente denostada públicamente por el expresidente López Obrador, en la que México adeuda sus cuotas internacionales y a la que aspira su titularidad la excanciller Alicia Bárcena en 2026.
De acuerdo al Artículo 89 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, queda claro que la política exterior está a cargo del presidente de la República, pero también es verdad que la SRE es la encargada de ejecutar la política exterior, planearla y coordinarla y asistir al presidente en el manejo de las relaciones exteriores, lo que para diversos especialistas y analistas esto no sucede.
Para estos observadores se ha percibido una marcada ausencia del canciller en los asuntos relevantes y punzantes en la política exterior del país, sobre todo ante la crítica relación con Estados Unidos, donde la presidente ha quedado totalmente aislada con declaraciones propias, frecuentemente sin contenido y desatinadas, que al parecer tienen mayor impacto en la política interna y no a la política exterior, dirigidas a la ideología de partido político y seguidores.
La presidente mexicana ha tenido que hacer frente a situaciones extremadamente delicadas para la soberanía, seguridad y desarrollo del país, de forma reactiva, carente de estrategia diplomática y con - nos parece - recurrentes clichés sin fuerza ni novedad y respuestas nacionalistas triviales, sobre soberanía, independencia o no subordinación, que recuerdan a aquellos tiempos del echeverrismo o lópez portillismo, lo mismo se aplica en los temas sobre crimen organizado con Estados Unidos, migración o economía y aranceles. La “cabeza fría” que pregona la presidente, no constituye por sí misma una estrategia de política exterior, hacen falta estrategias diplomáticas.
En el sexenio anterior se destruyó la política exterior de México y en lo que va de este no logra retomar su cauce, y al parecer tampoco habría mucho interés por reconstruirla ya que ésta no proporciona votos electorales. Así, queda en segundo plano.
Para algunos especialistas se observa la soledad de la presidente ante la ausencia de la Embajada de México en Washington y la Cancillería mexicana. Aquí habría que preguntarnos si esta situación es producto de una estrategia delineada desde la oficina presidencial donde sólo deberá haber una sola voz, muy característico de las autocracias como quedaba muy claro en el sexenio anterior, o bien, el rumbo está perdido, se preguntan algunos.