Remover las estatuas de Fidel y el Che Guevara: ¿fanatismo ideológico o cálculo político?

28 de Julio de 2025

Ernesto Villarreal
Ernesto Villarreal
Coordinador del Grupo Parlamentario del PT en el Congreso de la Ciudad de México, Integrante del CEN del PT y Comisonado Político Nacional Electoral del PT en CDMX y Puebla.

Remover las estatuas de Fidel y el Che Guevara: ¿fanatismo ideológico o cálculo político?

Ernesto Villarreal

Ernesto Villarreal

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EjeCentral

México, como país, y nuestra Ciudad de México, como Capital, tienen una larga tradición de acogida a perseguidos políticos y luchadores por la libertad. José Martí, el Prócer de la independencia cubana a finales del S. XIX, fue bienvenido en nuestra ciudad, que le inspiró para escribir su célebre manifiesto “Nuestra América”. Años más tarde, líderes revolucionarios centroamericanos, como Augusto C. Sandino y Farabundo Martí, se refugiaron aquí, mientras preparaban su retorno, para encabezar sus luchas libertarias. El Presidentes Lázaro Cárdenas enalteció la tradición mexicana del asilo político, acogiendo a León Trotsky, expulsado su archienemigo Iosif Stalin. Por eso tiempos, México acogió a más de 40 mil republicanos españoles, que huían de la represión franquista.

Podríamos mencionar más ejemplos, que evidencian la nobleza del pueblo mexicano hacia los perseguidos políticos de todo el orbe. Detengámonos en un caso en particular: tras salir de prisión, tras el alzamiento del 26 de julio de 1953 en Cuba, el joven abogado Fidel Castro llegó en 1955 a la Ciudad de México, junto a otros revolucionarios cubanos, expulsados por el dictador Fulgencio Batista. Pocos meses atrás, a consecuencia del derrocamiento del gobierno revolucionario de Jacobo Árbenz en Guatemala, había arribado a esta misma ciudad el médico argentino Ernesto Guevara de la Serna.

El destino quiso que Fidel y Ernesto Guevara, quien pronto sería bautizado por sus nuevos compañeros de luchas como el “Che”, se conocieran allí en la Colonia Tabacalera, una de las más tradicionales de la gran metrópoli. En ese encuentro legendario, el Che Guevara quedó de inmediato cautivado por la visión del líder revolucionario cubano y su compromiso por la libertad de Cuba. Y allí mismo se apuntó cómo un expedicionario más para ir a la Isla, a combatir al régimen sanguinario de Batista.

Con el tiempo, Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara se convertirían en personajes icónicos de la política latinoamericana y mundial. Fidel Castro Ruz proclamó la primera revolución socialista en el Hemisferio Occidental, y llegó a convertirse en un estadista de proyección planetaria, respetado en todo el mundo por la profundidad de su pensamiento político, su amor por la humanidad y su postura ética frente a los grandes problemas civilizatorios. Ernesto Guevara, por su lado, se convirtió en el símbolo universal de la rebeldía, el hombre al cual ninguna injusticia, en cualquier punto del globo terráqueo, le era indiferente. Su fijación con este principio lo llevó a dejar las comodidades de un cargo de gobierno, y a abrazar las causas emancipadoras de otros pueblos, incluyendo el Congo en África y luego en Bolivia, dónde pagó con su vida la lealtad a sus ideas.

El paso por la Ciudad de México de estás dos figuras universales, dos gigantes de la historia contemporánea, debería ser una nota de orgullo para todos los mexicanos y mexicanas. Aquí ambos recibieron el calor, la solidaridad y el apoyo para sus aspiraciones libertarias. Aquí forjaron una amistad a toda prueba. Y aunque luego tomaron caminos aparentemente distintos, su ejemplo ha inspirado hasta la fecha a generaciones enteras de activistas y luchadores sociales y políticos, a lo largo y ancho del mundo.

Hace algunos años, las autoridades de la entonces delegación Cuauhtémoc, decidieron rendir homenaje a estos épicos personajes, instalando sus respectivas esculturas en un espacio de la colonia Tabacalera. Fue un tributo a su memoria y a su coherencia como líderes de la izquierda mundial, y en atención a una petición ciudadana, que demandaba resguardar la memoria histórica.

La sorpresiva decisión de la actual alcaldesa de Cuauhtémoc, de remover las estatuas de estos dos gigantes de la historia contemporánea, ha recibido una merecida y fulminante respuesta ciudadana, que va desde la indignación hasta la movilización de calle. La alcaldesa pretende justificar su decisión con cuestionables argumentos administrativos. Es una decisión tan absurda, tan carente de lógica, y tan contraria a las tradiciones solidarias del pueblo de México, que la misma amerita una reflexión más profunda. Me resisto a calificarla como una novatez de una joven mujer, que empieza a andar apenas por el camino de la política. Más bien me pregunto: ¿se trata de un exceso de ideologismo, explicado por la naturaleza radical y trasnochada del pensamiento derechista del partido político por el que fue postulada la flamante alcaldesa? O… ¿estamos ante una maniobra calculada de la funcionaria, para generar polémica pública y posicionarse así como la nueva estrella de una derecha huérfana de líderes, de rumbo y de visión de país? La verdad es que, en política, ninguna de estas opciones se puede descartar.