En México, el reciente aumento de casos de tos ferina ha encendido alarmas en el sector salud. Según la Dirección General de Epidemiología, hasta el 10 de marzo de 2025 se han confirmado 288 casos, una cifra preocupante que ilustra un retroceso en los avances sanitarios alcanzados (El Financiero, 2025). Ante esto, la Secretaría de Salud emitió una alerta de vigilancia sanitaria, instando a reforzar el monitoreo, especialmente en menores de un año, quienes son la población más vulnerable a esta enfermedad altamente contagiosa.
Este escenario nos lleva a una reflexión importante: en una era de avances médicos extraordinarios, enfrentamos el resurgimiento de enfermedades que parecían haber quedado atrás. Sarampión, poliomielitis, difteria... nombres que evocaban capítulos superados ahora resurgen como advertencias palpables de lo frágil que puede ser el progreso cuando se descuida.
Un vistazo rápido a la historia nos recuerda logros que marcaron un antes y un después. En 1994, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a América Latina libre de poliomielitis. El sarampión, que cobraba la vida de más de dos millones de personas al año en los ochenta, fue prácticamente erradicado en muchas regiones del mundo en el 2000. Sin embargo, los brotes recientes, tanto en México como en otras partes de América Latina, nos confrontan con una nueva realidad.
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En los últimos cinco años, México ha registrado más de 200 casos de sarampión tras casi una década de control absoluto, según cifras de la Secretaría de Salud. Aunque no se han reportado casos recientes de difteria en el país, los rebrotes en América Latina han encendido alertas regionales.
En cuanto a la poliomielitis, erradicada en el hemisferio occidental, también ha encendido alarmas con casos aislados en regiones donde la aplicación de vacunas ha disminuido. La Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica (SLIPE) ha emitido alertas sobre la amenaza real del resurgimiento de la poliomielitis en América Latina y el Caribe.
¿Por qué están resurgiendo estas enfermedades? La respuesta es compleja y multifactorial. Uno de los factores más preocupantes en México es la disminución en las tasas de vacunación. De acuerdo con la Secretaría de Salud, la cobertura vacunal infantil cayó del 90% en 2015 a menos del 80% en 2023, y en regiones marginadas estas cifras son aún más alarmantes.
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A esto se suman tres problemas fundamentales: la desinformación, el acceso limitado a servicios de salud y la desconfianza hacia las instituciones. Las redes sociales han amplificado campañas de desinformación promovidas por grupos antivacunas que diseminan mitos sobre supuestos riesgos asociados con la inmunización. Esto ha socavado décadas de esfuerzos para construir confianza en la vacunación como pilar de la salud pública.
En el ámbito estructural, los recortes presupuestarios en el sector salud han agravado el problema. En 2020, el presupuesto para programas de vacunación se redujo significativamente, lo que impactó la capacidad de adquirir y distribuir vacunas esenciales. La pandemia de Covid-19 exacerbó esta situación, interrumpiendo cadenas de suministro y dejando a millones de niños sin acceso a inmunizaciones básicas.
Las consecuencias humanas de estas enfermedades son devastadoras. El sarampión puede derivar en neumonía, encefalitis e incluso la muerte. La poliomielitis, temida por su capacidad de causar parálisis permanente, trae recuerdos sombríos de niños confinados a pulmones de acero. La difteria, conocida como “el asesino silencioso”, puede bloquear las vías respiratorias y provocar insuficiencia cardíaca.
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¿Qué podemos hacer para revertir esta preocupante tendencia? En primer lugar, es urgente que el gobierno priorice la inversión en salud pública. Las vacunas son una de las estrategias indispensables en medicina: por cada dólar invertido, se genera un ahorro significativo en tratamientos y hospitalizaciones.
Además, es necesario fortalecer las campañas de vacunación a nivel nacional. Esto implica no sólo garantizar el acceso a las vacunas en todo el país, sino también reconstruir la confianza de la población a través de campañas educativas efectivas que combatan la desinformación.
Los profesionales de la salud, los educadores y los medios de comunicación desempeñan un papel crucial. Es vital recordar a la población que las vacunas no solo protegen al individuo, sino también a la comunidad, al evitar brotes epidémicos.
Aunque el panorama es inquietante, aún tenemos la oportunidad de actuar. Defender las vacunas es defender la vida, el progreso y el futuro. Solo con un esfuerzo colectivo podremos asegurarnos de que estas sombras del pasado no vuelvan a oscurecer nuestro camino.