Estados Unidos y Europa han sido los faros democráticos contemporáneos de occidente pero hoy viven su mayor crisis de convivencia desde la década del 30’ debido al incipiente giro autocrático en la Casa Blanca. Mientras tanto, Rusia y China empoderan sus ataques contra las sociedades abiertas. ¿Atraviesan las democracias liberales un “momento Sputnik”? Es razonable pensarlo. Este “momento Sputnik” tiene dos dimensiones evidentes: el desafío interno y la amenaza externa. El desafío interno reside principalmente en un malestar sociopolítico acumulado por una parte relevante de los trabajadores locales. Ellos han percibido, erróneamente o no, que en la era de la globalización el resto de la sociedad ha prosperado mucho más. Esto sucede, por ejemplo, en el “cinturón de acero de los Estados Unidos”, en las ciudades industriales del norte de Inglaterra o en el corazón productivo de Alemania.
La amenaza externa tiene nombre (Rusia) y apellido (China). Es importante remarcar aquí una diferencia entre Europa y los Estados Unidos. Europa percibe a Rusia como una amenaza existencial y a China como un adversario creciente pero lejano. En cambio, Estados Unidos percibe a China como una amenaza existencial y a Rusia como un potencial aliado táctico en medio de la Great Power Competition. Esta diferencia cualitativa que representa Rusia sobre un tema tan relevante es un desafío sustancial para la alianza transatlántica y para las sociedades abiertas. Es posible pensar una mesa de diálogo transaccional entre ambas partes sobre China, pero no es posible hacerlo sobre Rusia. Hoy Europa comprende la urgente amenaza que significa Rusia para su forma de vida pero no dimensiona la amenaza que representa el régimen represivo chino para la democracia liberal. Por su parte, la administración Trump ha traicionado a Ucrania de una manera que no tiene antecedentes en la historia reciente.
¿Hay aquí un lugar para América Latina? Si es así, ¿cuál? Primero, es necesario remarcar que no hay tal cosa como una unívoca América Latina. Hay una región cercana a los Estados Unidos, desde Panamá hacia el norte, que probablemente no pueda ni quiera distanciarse de Washington y, por otro lado, hay una América del Sur que quiere y puede acercarse a una nueva Europa. Esta nueva Europa tiene en el nuevo gobierno alemán la posibilidad de consolidar una relación que descansa en una historia común y encuentra en la coyuntura comercial y geopolítica una ventana de oportunidad inédita desde la posguerra. Mientras más específico sea el ámbito de negociación y acercamiento, mayor será la posibilidad de lograr pasos concretos para una defensa realista de la democracia y el libre comercio. Lo específico es el Mercosur y lo concreto es la inédita ventana de oportunidad que se ha abierto para el acuerdo formal del “Tratado de Libre Comercio Unión Europea-Mercosur”.
Invitados por la Fundacion Friedrich Naumann para la Libertad a una visita a la ciudad de Berlín para participar junto a expertos de Argentina y Uruguay en un programa sobre la influencia de China y Rusia en América Latina, hemos comprobado en la primera semana de abril que la crisis que le ha provocado Trump a los cimientos democráticos de occidente paradójicamente representa una extraordinaria oportunidad para Europa y América del Sur. Si bien Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay se encuentran lejos de Rusia y de China, acercarse a Europa redundará en una nueva comprensión de las amenazas existenciales que enfrentan las sociedades abiertas. Aunque en medio de este “momento Sputnik” no tenga un rol decisivo para jugar, el Cono Sur puede hoy contribuir para fortalecer el virtuoso modo de vida consolidado en occidente en la posguerra, un modo de vida que ha generado la mayor era de prosperidad y de respeto a los Derechos Humanos en la historia de la humanidad.