1.
Una recesión parece inevitable, pues tras batallar todo el año para controlar la inflación, ésta no cede, como tampoco lo ha hecho alguno de los desajustes globales que la están impulsando. Pareciera todo estar en un círculo pernicioso, en el cual los desarreglos provocan escasez, esta impulsa la inflación, suben las tasas que en teoría contendrían la demanda y profundizan el efecto para alimentar la inflación. Es decir, las medidas de contención parecerían ser las adecuadas para restringir la demanda y el consumo, pero el mercado no se está comportando de una forma teórica, sino que ha constituido lo que algunos economistas denominan un “oso loco”, en el cual acciones pensadas para una cosa generan otra inesperada. De ahí que algunos crean, cada vez más, que sólo una recesión, con quiebras y desempleo implícitos, podría enfriar lo suficiente la economía como para frenar los precios.
2.
Sin embargo, mucho de lo que está sucediendo no tiene que ver con el comportamiento del mercado ni ciclos de producción. La geopolítica como nunca está impactando en la economía, dislocando cadenas productivas y generando rupturas y descompensación difíciles de predecir. Por ejemplo, el mercado de petróleo, particularmente sensible a los ciclos de oferta y demanda, está resintiendo el doble efecto de la guerra en Ucrania con las consecuentes sanciones al petróleo ruso, como también la restricción en la demanda que la desaceleración genera, siendo Estados Unidos, Europa y China los grandes consumidores de petrolíferos. La OPEP+, donde se reúnen los principales productores, Estados Unidos, Rusia y México incluidos, hace un mes redujo la producción global en dos millones de barriles diarios, buscando mantener elevados los precios en el corto plazo; pero ante los cierres en China por la política de CovidCero y la disminución del crecimiento mundial, los precios cayeron hacia los 70 dólares el barril en vez de los 100 que se buscaban. Ello podría significar menores precios en los energéticos en primavera, pero no ahorita en invierno, cuando el frío intenso en el hemisferio norte intensifica el consumo para calefacción.
3.
En materia alimentaria, el cambio climático ha ido incrementando los costos de producción desde hace una década. La FAO registraba un crecimiento de los precios en cereales de hasta 30% antes de la pandemia; tras ésta y la invasión en Ucrania, se dislocaron las cadenas de suministro y los precios se elevaron otro 20%, haciendo de la canasta alimentaria una constante de difícil resolución. ¿Cómo producir más alimentos y distribuirlos a un menor costo y de manera sostenible? Ni siquiera se logró un acuerdo en la COP27 en Sharm el Sheikh para financiar a los países afectados por el cambio climático, muchos de ellos grandes productores de alimentos, para introducir nuevas tecnologías, recuperar tierras y aguas y lograr mayor productividad que pudiera reflejarse en más alimentos y mejores precios. Este es un componente inflacionario que no va a abatirse en el corto plazo.
4.
Lo mismo puede decirse de la invasión rusa en Ucrania, por ahora congelada por el general invierno pero no por ello menos cruda al afectar la provisión de alimentos, fertilizantes y energéticos. O la persistencia del Covid19 en China, cuya mano dura/CovidCero es rechazada por la población exasperada en Beijing, Shangai o Wuhan. El cierre en China, se ha visto, es también un importante factor en el desequilibrio global.
5.
El esfuerzo de los bancos centrales puede no ser suficiente, de ahí que las probabilidades de una recesión se incrementen. En círculos de Wall Street se ha elevado a 60% para el primer semestre de 2023, en tanto que el Reino Unido entró ya en recesión y Europa se encuentra en el límite de lo posible. Habrá que prepararse, pues para México la suerte está con Estados Unidos, como ha sido en los últimos 28 años conforme a nuestros tratados comerciales.