Agradecida con el espacio que nos brinda Eje Central para reflexionar juntas y juntos sobre una forma distinta de mirar los conflictos, especialmente cuando ocurren donde más duele: en la familia.
Cuando escuchamos “conflicto familiar”, es fácil pensar en peleas interminables, en abogados deseosos por combatir y ganar, en juicios largos y costosos. Pero pocas veces hablamos de lo que realmente está en juego: los vínculos, la confianza y el bienestar de quienes más queremos, especialmente las niñas y los niños. Es importante no perder de vista que lo que está en conflicto y puede terminar es la relación de pareja o con algún pariente, pero la familia —aunque cambie de forma— continúa y necesita hacerlo de la mejor manera posible, por el bien de todas las personas involucradas.
Un divorcio, una pensión alimenticia, el régimen de convivencias o un conflicto por una sucesión... no son solo trámites legales. Son un duelo, momentos cargados de emociones intensas: tristeza, enojo, miedo, culpa. Son decisiones que impactan la vida cotidiana, la estabilidad emocional y, sobre todo, el futuro de quienes más queremos.
Frente a estas situaciones, el camino del litigio suele ser largo, costoso y muy desgastante. Se convierte en una batalla donde, todas las partes terminan perdiendo tiempo, dinero, energía y, lo más doloroso, la relación. Como suelo decir: “En los litigios familiares, si una parte gana, todos pierden... menos los abogados”.
La mediación familiar es mucho más que un espacio para “resolver un problema”; es un espacio donde cabe la esperanza. Sus principios, además de brindar estructura y seguridad al proceso, representan una oportunidad para transformar el conflicto en diálogo, la competencia en colaboración. Es un espacio confidencial y seguro donde las personas pueden hablar y ser escuchadas, ejercer una forma distinta de comunicación, acompañadas por una persona mediadora que actúa como puente y no como juez.
La persona mediadora escucha con empatía, garantizando un espacio en equilibrio y flexibilidad, sostiene con paciencia los silencios y las emociones difíciles. Su neutralidad e imparcialidad permiten cuidar el proceso tanto en lo jurídico como en lo emocional y ayudan a transformar el miedo, el enojo o la tristeza en acuerdos conscientes. Además, cuenta con conocimientos técnicos para garantizar que los derechos y la seguridad jurídica de todas las personas involucradas sean respetados.
La mediación ayuda a mirar las emociones para lograr escucha, entendimiento y co- construcción de nuevos acuerdos en beneficio de todas las partes. No se trata solo de firmar un papel: se trata de construir nuevas formas de relacionarse, de poder mirarse a los ojos y seguir adelante con la menor herida posible.
La mediación protege los vínculos. Aunque la relación de pareja termine, la parentalidad continúa. El equipo de madres y padres no solo permanece, sino que puede fortalecerse al lograr acuerdos que prioricen el bienestar de las hijas e hijos. Cuidar los vínculos es fundamental para la salud emocional y física de toda la familia.
A diferencia de un juicio, en la mediación no hay ganadores ni perdedores: hay acuerdos construidos desde el reconocimiento, el respeto y el cuidado mutuo. Más allá de ser un proceso más rápido y menos costoso, lo más valioso es el daño que se evita y la posibilidad de avanzar en paz.
Al final, la mediación ofrece algo que el litigio no puede dar: la oportunidad de salir del conflicto con acuerdos conscientes y relaciones que, aunque cambien, puedan mantenerse en armonía. Porque cuando cuidamos los vínculos, cuidamos el futuro y construimos una nueva manera de ser familia.