El avance de Morena ha sido tan arrollador, más allá de consideraciones y valores democráticos, que se acerca cada día más al riesgo de ser víctima de su propio éxito.
Morena ya conquistó el poder en las urnas y ya refrendó esa conquista también con votos, ya rediseñó de forma integral la arquitectura constitucional del país y con ello se aseguró posiciones y control hasta en las áreas más técnicas de la administración pública. Así se aseguró la posibilidad de imponer su voluntad sin compartir el poder con nadie, ni siquiera con sus aliados coyunturales del Partido Verde y sus compañeros históricos del Partido del Trabajo. Ahora, el gran reto del partido fundado por López Obrador será administrar, de forma eficiente, el virtual monopolio del poder político que construyó en tiempo récord.
Cuando López Obrador era presidente no había riesgo de división en el movimiento porque su autoridad era tal, que casi nadie se atrevía a poner en duda ni sus ideas, ni sus ocurrencias. Cuando Porfirio Muñoz Ledo lo hizo, a pesar de tener la lógica, la historia y el conocimiento de su lado, se ganó el ostracismo en el que murió.
Pero hoy López Obrador ya no es presidente y aunque se comporte como líder moral, como jefe máximo o como cacique, su influencia no es la misma porque con toda su ascendencia e influencia, ya no tiene ni el poder de la estructura burocrática ni tampoco el de la chequera nacional. Las designaciones ya won actos personales incluya en muchas, pero no en todas ni en casi todas.
Hoy el mando sobre la giugantesca burocracia, sobre las fuerzas armadas y sobre las arcas nacionales, es de la presidenta Claudia Sheinbaum. Sin embargo, ni ella ni ningún otro morenista, incluido Andy López Beltrán, es López Obrador. Eso parece darle valor a varios liderazgos morenistas para jugar a las vencidas con la presidenta, sin darse cuenta quizá, o sin importarles si es que se dan cuenta, de que retar a la jefa de las instituciones y buscar el cobijo del tabasqueño para hacerlo, solo divide el poder, debilita el liderazgo y con ello, disminuye la capacidad de reproducirse, del sistema vertical que han construido.
El gran reto de Morena es jugar con las reglas del sistema de partido ultradominante que han construido y lograr que sus corrientes o grupos internos -los hay aunque sus estatutos los prohiban-, acepten someterse al liderazgo presidencial en turno aunque ya no sea de López Obrador.
Un sistema de partido ultradominante como el que construye Morena no admiten dos y menos tres liderazgos del mismo nivel porque pierde eficiencia. El partido integra a varios grupos visibles, cada uno con un peso, un enorme afán de autonomía y una inclinación extraña a ignorar las instrucciones presidenciales.
El tabasqueño Adán Augusto López ha desatendido la autoridad presidencial en temas importantes como la Comisión Nacional de Derechos Humanos, porque piensa que su condición de amigo y socio de juventudes de López Obrador le permite moverse con autonomía a nombre de su paisano. En la ciudad de México Martí Batres y Clara Brugada encabezan un grupo que tampoco es el de la presidenta Sheinbaum, aunque hoy camina con ella. En San Lázaro, Ricardo Monreal, quiza el más astuto morenista, marginó a Alfonso Ramírez Cuellar, el diputado operador de la presidenta, de todo tema importante en la cámara baja. En la dirigencia morenista está Luisa María Alcalde, otra cabeza de playa lopeobradorista que representa un grupo familiar integrado por su madre: Bertha Luján Uranga, la fiscal capitalina Bertha Alcalde Luján, y sin cargo pero con mucha influencia, su padre Arturo Alcalde, además de su prima Karina Luján directrora del Indautor. Desde la Secretaría de Economía, Marcelo Ebrard otra vez gana influencia ante el pasmo de un canciller, Juan Ramón de la Fuente, que no es diplomático y por lo visto tampoco político, pues no sabe operar la relación bilateral aunque ocupa un puesto del gabinete. Eclipsado en apariencia, pero el matrimonio Padierna-Bejarano sigue trabajando en la ampliación de su base terrorial, dentro de Morena.
Aparte están los gobernadores: Alfonso Durazo, Rocio Nahle, Alfredo Ramírez Bedolla, Américo Villarreal y varios más. Todos tienen su grupo y su agenda. Todos son factor y todos creen que su cercanía con López Obrador les da permiso de privilegiar sus intereses, por sobre las instrucciones presidenciales.