La relación entre México y Estados Unidos vive una etapa crítica. Bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum, la presión del gobierno estadounidense se ha intensificado al punto de empujar a México hacia una crisis diplomática y comercial de grandes proporciones. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reconfigurado la dinámica bilateral con una lógica de confrontación, trofeos políticos y amenazas sistemáticas que colocan a nuestro país en un terreno frágil, cargado de riesgos.
Más allá de las tensiones del momento, es imposible ignorar que parte del peso que ahora enfrenta Sheinbaum proviene de la herencia política de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Durante su sexenio, la relación con Estados Unidos se manejó con pragmatismo extremo: cediendo a presiones migratorias a cambio de evitar aranceles o sanciones mayores. Esa estrategia de contención temporal funcionó, pero construyó una relación basada más en la conveniencia del momento que en principios sólidos de cooperación mutua. Hoy, ese andamiaje empieza a desmoronarse.
Desde que Trump retomó la presidencia en enero de 2025, ha intensificado su estrategia de mano dura: amenazas arancelarias, designación de cárteles como organizaciones terroristas, sanciones a instituciones financieras mexicanas, y hasta el retiro de visas a funcionarios. La narrativa es clara: México es el “otro” al que hay que doblegar. Y mientras Trump convierte la política exterior en espectáculo electoral, Claudia Sheinbaum aparece sola, sin una estructura sólida que respalde su liderazgo.
El canciller Juan Ramón de la Fuente, respetado pero ausente, no ha logrado construir una estrategia diplomática efectiva. Frente a él, Marcelo Ebrard –ahora en Economía– ha asumido un protagonismo que desbalancea el gabinete, pues si bien su “Plan México” busca reducir la dependencia económica del vecino del norte, esos esfuerzos no sustituyen una respuesta diplomática frontal y cohesionada.
Los escenarios son preocupantes. Si México sigue cediendo en busca de treguas temporales, arriesga perder soberanía y ceder demasiado a una agenda impuesta desde Washington. Si opta por medidas de represalia –como aranceles o acciones diplomáticas– puede detonar una guerra comercial que golpee más a México que a Estados Unidos. Y si resiste sin estrategia, podría enfrentar una tormenta política interna si la economía se deteriora y la narrativa de Trump permea aún más.
El desafío es encontrar un equilibrio entre dignidad y pragmatismo. No basta con repetir que México no se subordina; hace falta una narrativa creíble hacia el exterior, una diplomacia ágil y un gabinete alineado con visión de Estado. Hoy, Sheinbaum enfrenta el reto más complejo de su joven sexenio: evitar que la relación bilateral se convierta en un callejón sin salida y que la presión de Estados Unidos marque el rumbo de su gobierno.
El peso de la Casa Blanca no solo amenaza la soberanía de México; amenaza también la estabilidad política interna. Y si la presidenta no logra articular una respuesta firme, colectiva y estratégica, el país podría pagar un precio muy alto. No se trata solo de enfrentar a Trump; se trata de construir una política exterior que deje de ser reactiva y se convierta, por fin, en un instrumento de soberanía real.