1. La cuarta ronda de negociaciones del TLCAN muestra las heridas de un encuentro hostil en el que los vaticinios se han tornado pesimistas. Hasta la denominación en inglés alude al conflicto, cuarto round le llamaron en el hotel sede en Washington, cual pelea de box. En esta ocasión, Estados Unidos puso sobre la mesa posiciones irreductibles, aderezadas con los amagos habituales del presidente Trump en el sentido de que él no cree que el TLCAN tenga futuro, que más valdría liquidarlo para pasar a acuerdos más realistas, trascendiendo o filtrando que éstos debieran ser bilaterales como alguna vez sugiriera el secretario de Comercio, Wilbur Ross. 2. Una postura incendiaria es la integración de una sunset clause o cláusula de extinción como le han traducido en español, que implicaría que el Tratado caducara cada cinco años y se renovara si las partes lo desearan, lo que, dicen los expertos, reduce la certidumbre en las reglas y el horizonte de estabilidad y planeación que requieren las inversiones. El segundo planteamiento inaceptable es relativo a las reglas de origen que se elevarían a 85% con el agregado de que un 50% debiera corresponder a producción estadunidense, lo que elimina de facto la utilidad de un tratado de libre comercio, pues ningún otro país podría establecerse en México o Canadá para buscar participar en el mercado trilateral. Además, Estados Unidos insiste en el establecimiento de “ventanas estacionales” para productos agrícolas, imponiendo salvaguardas cuando ciertos cultivos se cosechen allá, algo que sólo los chinos practican en su mercado protegido. 3. En realidad, la administración Trump está destejiendo toda la urdimbre institucional internacional. Ya se retiró del Acuerdo Transpacífico, también del Acuerdo de París sobre Cambio Climático; anunció el retiro de la Unesco, se ha olvidado de América Latina y no certificará el tratado nuclear con Irán. El retiro del TLCAN sería un colofón a estas prácticas, que no son aislacionistas como se dice, sino que buscan restablecer el tipo de hegemonía que existía en el mundo colonial, cuando las metrópolis limitaban el comercio y la producción en las colonias o los países periféricos para vender productos con valor agregado y comprar sólo materias primas. 4. De nada sirve que se haya demostrado que el gran déficit comercial de Estados Unidos no proviene de prácticas desleales en México, Canadá o cualquier otro país, sino que se origina en el gran consumo y escaso ahorro que tienen los estadunidenses, quienes realmente extraen la riqueza de buena parte del mundo al ser dueños de la moneda patrón, la cual utilizan a conveniencia. Viene pronto otra alza en las tasas de interés, como también una reducción en los impuestos corporativos que, de ser aprobados, más allá del déficit presupuestal que originaría, les convertirá en un paraíso fiscal para drenar el dinero del mundo. 5. Si bien se ha dicho el fracaso del TLCAN no habrá de significar la muerte del país, tendrá indudablemente un impacto en la economía que se ha ido midiendo a través de la vulnerabilidad de la moneda, defendible sólo a través de la tasa de interés dado que las reservas monetarias se han estancado en 173 mil millones de dólares, claramente insuficientes para defender una paridad. El TLCAN está seriamente herido: el premier canadiense, Justin Trudeau, no vino a tomarse selfies, sino a cabildear posibles salidas. Sin medir, por supuesto, el impacto directo que esto tendrá en la elección presidencial mexicana, en la que Andrés Manuel López Obrador ha estado campañeando contra la sumisión del gobierno mexicano y dejar la negociación al nuevo gobierno legitimado en elecciones, el cual, supone, bien podría ser el de él.