1.
La agresión de Rusia a Ucrania debe cesar. No hay lugar en el mundo contemporáneo para guerras de agresión, como las que lo plagaron en los siglos anteriores. Ciertamente, cuando se configuraron los Estados modernos las fronteras se definieron tras innumerables guerras, conquistas y colonizaciones todas ellas cruentas y calamitosas. Pero de ahí surgió el pacto entre las naciones, expresado en la Carta de las Naciones Unidas, para establecer un orden internacional basado en el respeto a las fronteras y la soberanía de cada país conforme cada uno fue constituido en su historia y devenir al momento fundante en que se integra esa voluntad internacional.
2.
Ahora vivimos un cambio de paradigma, en el que al conflicto bipolar resultante tras la Segunda Guerra Mundial siguió la pretensión unipolar del fin de la historia con la extinción de la Unión Soviética y ahora una realidad multipolar en un escenario pospandemia en el que prevalece un cierto desorden, en el que países reincidentes como Rusia o emergentes como China buscan establecer zonas de influencia o bien, pescar en el río revuelto. Pero lo que no existía antes es esa instantaneidad de la aldea global, en donde todo se comunica y se establece en tiempo real. Por ello las épicas al estilo de la narrativa de El don apacible (Mijail Shójolov, Ed. Planeta, 1966) se encuentran entre lo que ya no debe suceder en el horizonte de la Humanidad. Contrario a lo que el régimen tiránico de Vladimir Putin sostiene, ahí se narra la esencia, la historia y la persistencia de los cosacos, el pueblo habitante de la cuenca del río Don, cuya presencia en Europa, Rusia y por supuesto Ucrania muestra profundas raíces. No sin lucha, el ruso y el cosaco/ucraniano son pueblos hermanados por el linaje y la sangre, pero diferenciados inmemorialmente en los territorios del rus de Kiev y de Moscú, más antiguo el primero que el segundo. Al final del día, apelando a la libre determinación de los pueblos, éstos han decidido soberanamente ser diferentes y optar por su propio camino.
3.
No obstante, Rusia pretende recuperar el aura perdida del poder soviético. Aún posee armas nucleares y tecnología moderna hipersónica para amenazar a sus adversarios, Estados Unidos y la OTAN, con un Armagedón, pero no posee la solidez económica ni las reservas suficientes para enfrentar una guerra prolongada y de desgaste, pues es sabido que sostener la ocupación de un país resulta muy costoso en vidas y en recursos (Afganistán dixit). Ucrania ha resistido heroicamente y cuenta con el apoyo de prácticamente todo el mundo. Es posible y deseable que las negociaciones establecidas en la frontera bielorrusa logren el cese al fuego y el espacio necesario para un status de neutralidad para coexistir con el vecino incómodo, como lo han hecho Finlandia y Mongolia al menos, sin que ello le limite participar en Europa.
4.
Se trata de una realidad geopolítica que deberá resolverse también en términos geopolíticos. Rusia no podría ser ignorada, como tampoco Estados Unidos, China, Gran Bretaña y Francia, estando Japón y Alemania en ciernes. Todos saben que del conflicto emergerá esa realidad múltiple, en donde los bloques económicos también lo son hegemónicos e instancias como la Unión Europea, Japón y Alemania habrán de fortalecer sus capacidades militares. Como lo han señalado el canciller Scholz y el premier Kishida, estos países tendrán que salir de las limitaciones impuestas desde 1945 e invertir más en su defensa, al igual que la Unión Europea, Finlandia y hasta Suiza, quienes por vez primera otorgan apoyos a Ucrania al margen de la OTAN.
5.
Nada peor que sea otra vez el régimen del terror nuclear el que prevalezca en el mundo, pero por ahora es lo que se tiene. Es de esperar que en las Naciones Unidas se teja la urdimbre para la paz y se encuentre la manera de construir un orden, más que un desorden, adecuado para los complejos tiempos que corren.
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