Facebook, inocencia perdida

16 de Julio de 2025

Mauricio Gonzalez Lara

Facebook, inocencia perdida

mauricio gonzalez lara

Facebook, la red social liderada por Mark Zuckerberg, atraviesa momentos complicados. Tras revelarse que Cambridge Analytica robó 50 millones de perfiles a la red social para llevar a Trump a conquistar la Casa Blanca, la empresa fundada en 2004 ha perdido decenas de miles de millones de dólares en la Bolsa de Valores y vive una a aparente rebelión de exempleados inconformes que buscan ajustar cuentas con Zuckerberg. Uno de esos soplones (o whistleblowers, como se les denomina en inglés) es Sandy Parakilas, ejecutivo otrora responsable de asegurarse que terceras compañías (como Cambridge Analytica) no abusaran de la información privada de los más de dos mil 200 millones de usuarios de la red social. Palabras más, palabras menos, Parakilas sostiene que la práctica común en Facebook cuando se sospechaba sobre algún uso indebido de la información era voltear la mirada, pues eventualmente, como de hecho ocurre ahora, se podría argumentar con veracidad que la empresa nunca estuvo enterada de lo sucedido.

Hace apenas tres lustros, Google, Apple, Facebook y Amazon (GAFA) eran considerados como entidades que se guiaban bajo los más altos parámetros de excelencia de la responsabilidad social. La gente creía que eran una fuerza positiva para la humanidad. Esa percepción era consecuencia de tres factores. Uno, antes de la explosión de Internet —antes de GAFA—, Microsoft, una de las marcas más odiadas del planeta, dominaba por completo el sector computacional. Para los jugadores tecnológicos del siglo XXI, el Microsoft de los 90 emblematizaba todo aquello que no querían ser, por lo que asumirse como entidades preocupadas por la comunidad y el consumidor resultaba imperativo para diferenciarse de la corporación fundada por Bill Gates y manejada ahora por Satya Nadella. Dos, la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) —concebida como una cultura de gestión basada en el bienestar de los miembros de la organización, el respeto al medio ambiente, la vinculación productiva con la sociedad y la ética en la toma de decisiones— se tornó en un parámetro a seguir por las generaciones emergentes de empresarios y consumidores. Tres, en contraposición a, digamos, una fábrica de bienes de consumo, los nuevos gigantes tecnológicos detentan un potencial de cambio inédito en la historia. La tecnología ha mejorado nuestras vidas, por lo que no es sorpresa que las organizaciones que conforman sus buques insignia posean una no malsana arrogancia respecto al rol que les ha tocado jugar. Como resultado, la megalomanía de sus actores principales siempre ha sido inocultable: del finado Steve Jobs a Zuckerberg, casi todos los genios del sector han estado convencidos en algún momento de que el triunfo de sus empresas es equivalente al éxito del planeta.

La inocencia respecto a cómo percibimos a las compañías tecnológicas, sin embargo, se ha desmoronado.

En enero de 2010, en el contexto de una reunión interna con ejecutivos de Apple para celebrar el lanzamiento del iPad, un embravecido Steve Jobs declaró que Google, compañía de la que era usuario entusiasta, era una entidad hipócrita. La razón: la decisión de Google de experimentar en el ámbito de los móviles. Jobs se fue con todo: “Nosotros no entramos al negocio de búsqueda. Ellos, en cambio, ingresaron al negocio de los teléfonos. No se confundan: Google quiere asesinar al iPhone. No los dejaremos. Para mí, una cosa es clara: su misión de “no hacer el mal” es pura madre.”

Frente a acusaciones como irresponsabilidad en el manejo de datos (Facebook), prácticas monopólicas (Google), condiciones laborales esclavizantes de proveedores externos (Apple) y competencia desleal (Amazon), hoy parece ser que el “pura madre” de Jobs se aplica a casi todas las compañías tecnológicas que considerábamos como la respuesta a los malestares del orbe. En el mundo de la tecnología nadie tiene buenas intenciones, sólo intereses.