Se sirvió una taza de café recién hecho y encendió su primer cigarrillo, ya estando sentado frente al monitor. Era una mañana fría y lluviosa y entonces escribió: “Una mañana fría y lluviosa de noviembre, Fidel Castro encendió un puro y supervisó el embarque de un total de ochenta y un guerrilleros en Tuxpan, Veracruz, con dirección al caribe. La mayoría, eran cubanos. Esa travesía, cambiaría la historia mundial”.
Se reclinó en el respaldo y releyó las que serían las primeras líneas de su investigación. Su mente divagó sobre la vida de Castro Ruz, un hombre enigmático y feroz, un estratega sin igual. Fidel, se nombró primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959 y dos meses y tres días después, en abril, envió un yate con noventa hombres armados, la mayoría cubanos, a derrocar al gobierno de Panamá.
Menos de dos meses después, alrededor de sesenta hombres desembarcaron en Honduras para cruzar la frontera e intentar derrocar al gobierno de Somoza Debayle en Nicaragua. Con días de diferencia, un avión llevó a casi el mismo número de guerrilleros a intentar derrocar el gobierno de Leónidas Trujillo en República Dominicana. Y un mes más tarde, una treintena de hombres desembarcaron en Haití para intentar derrocar al gobierno de François “Papa Doc” Duvalier.
Apagó su cigarrillo y continuó: “Ninguna de las expediciones del 59 llegó a buen fin, por dos motivos principales: la mayoría de los combatientes enviados eran cubanos, lo que evitaba que locales quisieran sumarse a su causa, y les faltaba entrenamiento militar. Entonces, Castro cambió de táctica: necesitaba guerrilleros locales, reclutados y entrenados por profesionales”.
Se puso de pie y consultó un libro de los que ya no se han vuelto a imprimir y confirmó que el gobierno soviético, fue la primera potencia en reconocer al nuevo gobierno cubano. No por nada, Castro solicitó de ellos entrenamiento y que se construyeran vínculos con la Hermandad Musulmana, con el frente de Liberación Nacional de Argelia, el EOKA en Chipre, la IRA en Irlanda, la ETA en España y Fatah y la Organización para la Liberación de Palestina.
“Con la muerte del Che y el pasar de los años”, escribió poco después de sorber de la taza, “Fidel y la URSS se hicieron de un pequeño ejército de reclutadores y espías de todas nacionalidades que debían comenzar a infiltrar en toda américa latina. ¿Cómo hacerlo?”. Sonrió. Creyó por un momento, que le costaría más trabajo explicar que Castro, viejo lobo de mar, había encontrado el medio de distracción perfecto: cuando la embajada de Perú en la Habana se niega a entregarle a unos refugiados cubanos, anunció a los medios que quien quisiera asilarse podría hacerlo sin represalias.
Al ver que más de diez mil cubanos se hacinaron en los jardines de la embajada, se le ocurrió el plan de anunciar la apertura del puerto Mariel para cualquiera que quisiera dejar el país. Más de cien mil personas comenzaron a emigrar hacia Miami y fue el momento en que los Estados Unidos estaban tan ocupados, que no sospecharían de “delegaciones” enviadas a las principales ciudades de américa latina.
“El plan de Habash, Wadie Haddad y otros, fue que los hombres de Castro, de etarras a cubanos, de deportistas a periodistas y médicos, solicitaran asilo al país al que fueren, para despejar toda duda sobre ellos”, escribió. Y el plan funcionó. Se involucraron con el tiempo en periodismo, la academia, lo mismo que en secuestros y otros medios ilegales para conseguir financiamiento. “Fidel lo reiteró en Hanoi el 12 de septiembre de 1973: de nosotros depende que américa latina sea gobernada por comunistas en el siglo XXI y esa será la gran revolución del mundo. Marxismo leninismo o muerte”.