El agente Fonseca y Lima XIX

18 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El agente Fonseca y Lima XIX

js zolliker

Reporta el agente infiltrado Pedro Fonseca y Lima que intentó guardar la compostura para que nadie notase su incomodidad. Su interés mayor era resguardar el sentido de urgencia de revisar el libro que aquel rostro conocido —pero sospechoso y aún no ubicado— había dejado en los estantes de “lecturas pendientes” del Deli Lou sin reclamar nada a cambio. Le pareció que no era normal asistir a un intercambio de letras, dejando sólo un ejemplar sin reclamar la debida y esperada contraparte.

Es de recalcar que, reporta el agente Fonseca y Lima, pensó que quizás, alguien como él, pudiese “tomar prestado” un libro sin dejar nada a cambio, pero le pareció contranatural, dejar una lectura sin reclamar un beneficio a cambio. Ciertamente, aquello sería una desinteresada acción de algún profundo amante de la literatura, pero su entrenado olfato le indicaba que algo de aquel desgarbado individuo, de temblorinos dedos gordos y uñas largas y sucias, no cuadraba con ese perfil.

Reporta el agente Fonseca y Lima, quien recientemente se reconoce como adrenalínico adepto, que estaba inconscientemente tarareando la canción Down in Mexico, viejo rock que le ayuda a relajarse y dejar correr el tiempo, pues siendo infante, se la canturreaba su madre, cuando en el ambiente escuchó que comenzaba una versión modernizada de la misma, de The Tarantinos, y en ese momento, como un relámpago en una tormenta o en flashazo en una borrachera de boda, recordó al hosco individuo que fue a dejar el mentado libro…

Estaba por precipitarse tras el ejemplar, reporta Fonseca y Lima, cuando entró al lugar un individuo ataviado con un elegante saco de pana azul, adornado con un pañuelo de seda roja moteada, barba cerrada rasurada al ras, anteojos de fino carey redondos, corrientes pantalones de mezclilla y un tufo inigualable de coñac y de peculio público, que masculló un saludo en corriente francés (de evidente aprendizaje de audiocasette), pero tan acostumbrado a su privilegio, que ni se ocupó en mirar a su alrededor.

Reporta Fonseca y Lima, que tal intervención, lo detuvo en seco y tal acción, le permitió observar cómo fue que aquél sujeto —directo y sin siquiera ordenar un pan o bebida—, se abalanzó tras el abonado ejemplar, lo que le puso en un entredicho grave: ¿debía arrebatárselo ahí mismo o robárselo ya afuera, en la vía pública? Bendita casualidad, no fue necesaria la violencia.

Tan pronto como entró, confirma Fonseca y Lima, el espécimen de nuevo burócrata, se fue, pues tomó el libro, leyó la dedicatoria, lo dejó en el mismo lugar, dejó después en el mostrador el efectivo para un expreso que no esperó a que se lo preparasen, y se largó de vuelta a la calle. “La unidad nacional es lo primero en las columnas revolucionarias, por eso las mujeres y los hombres forjamos un partido de vanguardia”, rezaba manuscrito en la primera página.

Reporta Fonseca y Lima que no comprendió de inmediato el mensaje, pero intuyó sin duda, la imperiosa gravedad del mismo, pues se trataba del himno del partido revolucionario institucional y hacia allá, previó que se perfilaba una nueva amenaza. Habría de correr para evitar un atentado…

Continuará. Sí.

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