Porqué recordamos tanto del Peje

18 de Julio de 2025

Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

Porqué recordamos tanto del Peje

raymundo riva palacio AYUDA DE MEMORIA

1ER. TIEMPO: el rey del embuste. Que si tenía otros datos. Que si se quiso construir el aeropuerto de Texcoco sobre el lago prehispánico. Que el sistema de salud iba a ser mejor que en Dinamarca. Que el avión no lo tenía ni Obama. Que la Covid se detenía ante los crucifijos. Que o se portaban bien los criminales o los iba a acusar con sus mamás y abuelitas. Que creceríamos al 6%. Que iba a acabar con la inseguridad en seis meses. Que se iba a inaugurar el Tren Maya en diciembre… de 2023… y sin tirar un solo árbol en su construcción. Que ya no era tiempo de pleitos y divisiones, y que teníamos que unirnos. Que ya no había masacres. Que tampoco había feminicidios ni asesinatos de periodistas. Que acabaría con la impunidad de los criminales. Que respetaba al Poder Judicial. Que no reformaría la Constitución. Que bajaría la gasolina a 10 pesos el litro. Que acabaría con la pobreza extrema. Que reduciría la inflación. Que la venganza no era su fuerte. Más figura que genio, Andrés Manuel López Obrador construyó su Presidencia sobre una narrativa: la del hombre impoluto que había llegado a limpiar la vida pública de México. El problema fue que, para sostener ese relato, recurrió sistemáticamente a algo que negaba ser: un mentiroso profesional. Desde el púlpito de Palacio Nacional, cada mañana, el presidente difundió verdades a medias, datos falsos y afirmaciones sin sustento, sabiendo que sus seguidores no lo cuestionaban y que sus opositores no tenían el mismo volumen que él. En esa dinámica, la mentira no fue un error, sino una herramienta de poder. La ejerció durante mil 450 mañaneras, de lunes a viernes, casi ininterrumpidas, a lo largo de su sexenio… Luis Estrada, director de SPIN Taller de Comunicación Política lo midió diariamente y en cada mañanera dijo un promedio de 100 mentiras, medias verdades o afirmaciones engañosas que no se podían probar, como alguna vez que se refirió a asuntos fiscales durante la Colonia española. Pero el dato, que en cualquier democracia robusta detonaría escándalo, aquí se diluye en el mar de polarización que él mismo ha fomentado. Y sin embargo, hay momentos donde la falsedad del presidente no sólo queda expuesta, sino que sus consecuencias son directamente perjudiciales para el país. Fueron alrededor de 156 mil mentiras en su sexenio o verdades a medias que tergiversaban la realidad, algunas reiteradas, pero mentiras y embustes al fin y al cabo engaños nacionales. El mejor ejemplo, por evidente, fue el caso del Tren Maya que todavía no termina de construirse, y que mal opera, con tramos que pese a lo corto se hacen interminables, porque los ferrocarriles aún no terminan de funcionar adecuadamente. López Obrador insistió durante años en que no habría daño ambiental, y que se cuidaba la reforestación y respetaba la naturaleza. Pero las obras destruyeron selvas vírgenes, afectaron sistemas de ríos subterráneos únicos en el mundo y se hicieron sin estudios de impacto ambiental adecuados. Al expresidente nada le importaba. Siempre decía que todo está “requetebién”.

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2DO. TIEMPO: El más grande engaño. La mentira presidencial no fue un tropiezo ocasional. Fue un método. Era la política entendida como manipulación emocional y simbólica. El expresidente Andrés Manuel López Obrador no buscaba convencer con datos, sino con sentimientos. Construyó un régimen con los mimbres de la posverdad: si lo decía él, era cierto. Si lo contradecía alguien, eran parte de la mafia del poder, eran sus adversarios, los conservadores, los que querían que se les restituyeran los privilegios, Hernán Cortés y la corona española, los gobiernos neoliberales y la prensa vendida. Lo más preocupante no fue que el expresidente mintiera, sino que una parte importante del país normalizara que lo hiciera. Y mientras tanto, la realidad que tanto despreciaba, se acumulaba como deuda para el gobierno que le seguiría, el de su protegida Claudia Sheinbaum. López Obrador no mintió una vez. Mintió todos los días, pero hubo una falsedad que fue más que una mentira: fue la piedra angular de su gobierno, la narrativa que justificó abusos, encubrimientos, persecuciones y destrucción institucional. La gran mentira fue simple y poderosa: “ya no hay corrupción”. Fue su acorazado para ir derribando las murallas hasta ganar la elección presidencial. El 1 de diciembre de 2018, al asumir la Presidencia, continuó el mitote al declarar que la corrupción se había terminado, porque la iba a barrer “de arriba para abajo”. Repitió la frase tantas veces, que algunos comenzaron a creerle. Pero el país cambió la percepción, no la realidad. Lo que se acabó no fue la corrupción: se acabó la fiscalización de los corruptos cercanos al poder. Sin embargo, el discurso se agotó porque las investigaciones periodísticas mostraron que lo único que sucedió con la corrupción fue que cambiaron los ladrones. Los que proliferaron en su gobierno no sólo no fueron perseguidos: fueron premiados, protegidos o encubiertos. El político de Macuspana que creció como el valiente gladiador de la honestidad, recibió bombazos debajo de la línea de flotación cuando comenzaron a aparecer actos bajo sospecha de corrupción de su familia: su hijo mayor, José Ramón, vivió en una casa en una afluente zona en Houston, que era propiedad del ejecutivo de una petrolera que hizo negocios con Pemex en el sexenio de su padre. A su segundo hijo, Andrés, le salían por muchos lados amigos cercanos que crearon empresas al arrancar el sexenio y fueron ganando contratos de obra pública que los hicieron millonarios. Sus hermanos Pío y Martín fueron videograbados mientras David León les daba dinero en efectivo en bolsas de estraza. Era dinero para el movimiento, justificó López Obrador. A León, una figura emergente en el obradorismo, le cortó las alas burocráticas y lo protegió de la opinión pública, mientras lo convertía en su operador financiero personal. De los demás, hasta ahora, solo quedan el encubrimiento, la impunidad y la memoria.

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3ER. TIEMPO: Las mentiras se documentaron, falta la justicia. La opacidad se convirtió en política de Estado durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Más del 80% de las compras gubernamentales se hicieron por adjudicación directa. La mayoría fueron a través de los militares, a quienes López Obrador les entregó espacios que habían sido reservados para los civiles, que le sirvió, entre otras cosas, para blindar la información, argumentando que ponía en riesgo la seguridad nacional. Muchas no cabían en esa categoría, pero, como sigue siendo, ¿y quién le iba a decir que no? El gobierno se volvió inatacable desde la ley, pero vulnerable desde la realidad. Rocío Nahle, hoy gobernadora de Veracruz, fue la responsable de construir una refinería en Dos Bocas que pasó de un costo programado de 8 mil millones de dólares a más de 21 mil, con sobreprecios, adjudicaciones directas y opacidad. El expediente, pese al escándalo, duerme bajo siete llaves, porque a los leales no se les toca. Segalmex, el escándalo más grande en décadas, donde se esfumaron más de 15 mil millones de pesos, era dirigido por un hombre que López Obrador puso y sostuvo: Ignacio Ovalle, su viejo amigo y secretario particular del expresidente Luis Echeverría. El fraude fue de proporciones monumentales, casi tres veces más grande que el mayor escándalo de corrupción en la historia previa, la llamada “Estafa Maestra”, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero no hubo castigo penal ni político. Lo engañaron los priistas infiltrados, justificó a Ovalle. La corrupción, cuando era de los suyos, era invisible. Su prima Felipa Obrador Olán, recibió contratos millonarios con Pemex, y cuando se reveló lo que estaba haciendo con la empresa que dirigía Octavio Romero Oropeza, que eran tan cercano del expresidente que se encargaba de los asuntos administrativos de sus hijos, se los cancelaron, aunque tiempo después, de manera sigilosa, comenzó a recibir contratos del ISSSTE. En diciembre de 2022 el fiscal Alejandro Gertz Manero le informó que su muy cercano, Gabriel García Hernández, que coordinaba el programa Agua Saludable para La Laguna, había recibido un soborno de millonario de concesionarios del norte del país para no limitar sus concesiones de uso de agua, pero el presidente no quiso más información y le dijo que ya no se metiera, que el tema lo verían sus hijos José Ramón y Andrés, que eran cercanos a él. La gran mentira funcionó porque ofrecía una redención colectiva. Muchos mexicanos quisieron creer que esta vez sería diferente. Que ahora sí. Que un presidente austero garantizaba un gobierno limpio. Pero la honestidad personal no bastaba para erradicar un sistema. Se necesitaban instituciones, reglas y contrapesos, que López Obrador, también, despreció y destruyó. Cuando se escriba con distancia la historia de su sexenio, no será recordado como el gobierno que acabó con la corrupción, sino como el que la disfrazó mejor. La gran mentira ya está documentada. Lo que falta ahora es que llegue la justicia.

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