Sabrina, los mirreyes y otros desprecios

12 de Mayo de 2025

Vicente Amador

Sabrina, los mirreyes y otros desprecios

«Si bien no es su culpa haber nacido en la posición en la que lo hicieron, sí es su culpa el mantenerse ignorantes, sí es su culpa seguir construyendo una sociedad desigual…» María José Alexander

Sabrina Sabrok es una modelo de nacionalidad argentina conocida, entre otras características de similar frivolidad, por el tamaño de sus implantes mamarios. Hace algunos días, la Confederación de Jóvenes Mexicanos, una de las organizaciones juveniles del Partido Revolucionario Institucional, la nombró embajadora honoraria de la comunidad lésbico – gay en México. Pocos días después, el PRI se deslindó del nombramiento. Horas más tarde, se difundió en las redes sociales una grabación en la que Sabrina llama a los mexicanos «raza de mierda». La modelo remata el desprecio a su ex marido y a sus compatriotas, así: «sobretodo acá en México que por una lanita o por lo que sea, por un autógrafo mío, hacen lo que sea».

“Las cosas, de quien vienen”, reza el dicho que sugiere evaluar el contexto de las acciones en función de la persona quien las realiza. No obstante, imagino la desagradable sorpresa de la comunidad lésbico-gay, especialmente la mexicana, por estos comentarios contrarios a sus ideales. Verbalizaciones como las de Sabrina, discriminatorias y ofensivas, atentan contra algunos preceptos cívicos fundamentales tan defendidos, entre otros, precisamente por quienes se abanderan en los colores del arcoíris. La “Iglesia en manos de Lutero”.

Otro ejemplo de actitudes discriminatorias que tanto dañan a nuestro país es el video de graduación de los alumnos del Instituto Cumbres (Bosques). El clip muestra a los estudiantes realizando una selección, un casting, de las mujeres que podrían “ganar el privilegio” de acompañarlos en la fiesta donde celebrarán el fin de su “formación”. Son imágenes que dan cuenta de un grupo que, por encima de las personas (en este caso, mujeres), da prioridad a la imagen, al dinero, al poder, a la fama, a la ostentación. Por cierto, comportamientos opuestos a la identidad cristiana pretendida por este colegio de Legionarios de Cristo.

Aunque no lo quieren entender algunas personas que se identifican en sus principios (¿o falta de principios?) con los jóvenes “jueces” que protagonizan la historia, el problema va más allá de la producción de un video. El escándalo resulta de la exaltación de actitudes misóginas y clasistas en un país que tiene una larga y triste historia de separatismos; la molestia surge de atestiguar imágenes que dan cuenta de un grupo social engreído, ciego y ajeno a la realidad socioeconómica de nuestro pueblo; el disgusto y la preocupación surgen de temer que esas cúpulas podrían integrar los principales puestos políticos y empresariales de México.

«De nobles no tienen nada. Los educaron mal y son parte del problema. Si México no va bien se debe sobre todo a la mediocridad de sus élites» señala atinadamente Ricardo Raphael en La dictadura de los mirreyes.

Los comentarios de Sabrina y las actitudes representadas en el referido video del Instituto Cumbres se parecen: comparten ignorancia, ínfulas de supremacía, desprecios y otras exclusiones que tanto mal hacen a nuestro país. Lo que la educación no da, el silicón y el dinero no lo prestan.

Frívolos y bulleadores, como su lenguaje.

El comportamiento mostrado por algunos estudiantes del Instituto Cumbres (Bosques) en su video de graduación y las expresiones de Sabrina Sabrok al referirse a los mexicanos como “raza de mierda”, dejan clara la importancia cívica de las actitudes y el lenguaje, principios de unión o separación social. En esas reflexiones estaba cuando recordé otra bien conocida forma de discriminación y violencia: el bullying; miembro distinguido de la misma familia de la superioridad, el ego y los rechazos.

Desgarradoras historias de acoso escolar son frecuentes en el entorno. La crueldad de las narraciones es indignante y no tiene límites de edad y/o sexo. El pretexto para agredir puede ser cualquiera: color de piel, complexión, rasgos, ingresos económicos, nacionalidad y hasta la ubicación del domicilio. Motivos para violentar sobran, porque la formación obtenida en casa, y complementada por la sociedad, sale a relucir. Advertimos la cuna que nos crio tanto en el deseo como en la manera de agredir. No hay novedad: somos el reflejo de lo que aprendimos a imitar de nuestro entorno. “La educación se mama”.

La explicación sobre el origen de los comportamientos agresivos supera las posibilidades de estas líneas. Busco únicamente llamar la atención sobre aquellas expresiones verbales con las que educamos, aunque no seamos conscientes de ellas. Para que luego no nos preguntemos, «¿a quién sacó este chamaco? Será a la familia de su padre…»

Nuestros niños también aprenden de provocación, distancias, agresiones y falta de respeto cuando nos escuchan frases que, a veces dichas al vuelvo, sin cuidado, van cargadas de crueldad y discriminación: “pinche gato”, “taxista idiota, por eso tienes ese coche”, “indio pata rajada”, “naco mugroso”, “como las chachas”, “gente como uno”… “raza de mierda”.

Como son expresiones comunes, nos acostumbramos a oírlas. “Parte del lenguaje coloquial de nuestro México”, argumentó Miguel El Piojo Herrera en el pasado mundial de soccer. Sin embargo, los términos no pierden la dimensión pedagógicamente dañina por repetirse con regularidad. En este contexto, poco extrañan las estadísticas sobre el acoso escolar. Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, los casos de bullying continúan aumentando: en el 2013, el 40% de los estudiantes de primaria declaró sufrir algún tipo de acoso.

En la misma línea, la Encuesta Internacional sobre Enseñanza y Aprendizaje (TALIS, por sus siglas en inglés) de la OCDE, encontró que 30% de los maestros mexicanos encuestados consideró que, por lo menos una vez a la semana, observa intimidaciones o agresiones verbales entre los alumnos. Y eso es lo que ven, imaginemos lo que no; aquellas historias de maltrato escolar que se mantienen años en lastimoso silencio.

Hablando de sus hijos, decía Don Guillermo Rias del Pueblo: “Estos jijos, que tienen lo mejor y lo peor de mi”.