“Un inconveniente es una aventura mal pensada, una aventura es un inconveniente bien pensado”. G.K. Chesterton Pocos temas alcanzan el grado de universalidad que caracteriza al dolor. ¿Quién no lo ha sentido? Su presencia es tan común como inevitable. Un entrañable amigo apunta que «lo único seguro en esta vida es la muerte y que algo te dolerá». Irritantemente, es verdad. Física o anímicamente, tarde o temprano el dolor llegará. Nadie se escapa.
Si el dolor es connatural a nuestra existencia, de poco vale estarle siempre esquivando. Como también me parece que es una soberana estupidez, tal vez más, buscarle en cada rincón. Que quede claro, ¡no soy masoquista!. He visto y sentido tantas veces como el dolor bloquea, encarcela, ciega, minimiza a las personas. Pero también he observado como algunos dolores pueden servirnos, pueden ser útiles. Dicho rápidamente, simplemente pienso que hay que encontrar, para que la situación sea menos incómoda (¿se entiende la burla?), un dimensión del dolor que va más allá del padecimiento.
Estoy convencido que el dolor es uno de los pocos cánones mediante los que se mide y se revela el verdadero valor del hombre. Esto se debe a que el dolor, tanto el corporal como el psíquico, penetra hasta lo más íntimo de la existencia y exige del hombre, ineludiblemente, una respuesta.
Según sea el pronunciamiento del hombre en esta decisión, es decir, dependiendo del talante que adopte ante el dolor, contribuirá en la edificación de su estructura interna o lo derribará hundiéndole en una existencia triste, trazada por la victimización y la amargura.
Cuando el hombre asume y da sentido a su dolor, se encamina hacia su propia madurez. Sin las contrariedades —que surgen siempre en el ambiente en que el hombre se mueve— existe el peligro de inmovilizarse. Las contradicciones, lo digo sin tapujos, dan forma a la personalidad.
El entendimiento de la enfermedad, el miedo al dolor, es también la cura. Un ser humano capaz de modular el ambiente, más que solo ser configurado por él, cuenta con menos miedos porque sabe que puede ser un agente de cambio; de su vida y del entorno. Un ser humano que ha descubierto la dimensión formadora del dolor teme menos a ciertas ideas que con frecuencia el mundo advierte como fracasos: las arrugas, el esfuerzo, las privaciones, al compromiso, la enfermedad, la verdad, la crítica, la muerte, etc.