Uno de los conceptos que más aprecian los fundamentalistas de todas las religiones es el de “mártir”. Pero siempre lo quieren para los suyos, así que resulta curioso: los islamistas radicales que atentaron contra Charlie Hebdo no calcularon que su acto daría ese estatus a sus víctimas. La revista se ha convertido en sinónimo de “Valores de Occidente”, y sus editorialistas fallecidos en adalides de la libertad.
Pero si hablamos de libertad, de diferencias de opinión, y de no convertir a nadie en una figura intocable, entonces pongamos un poco de matiz.
Probablemente la línea editorial de Charlie Hebdo fue importante en otras épocas, pero a estas alturas resulta desfasada, más cómoda en lo vulgar y en lo soez que en el sarcasmo y la ironía. La frontera es fina, pero ellos están varios metros más allá.
Me pregunto si Charlie Hebdo ha contado alguna vez entre los miembros de su consejo editorial a alguien cercano al mundo musulmán. Les vendría bien tener una perspectiva que los sensibilice sobre la manera en que sus dibujos pueden herir no a los extremistas, sino a los musulmanes franceses moderados, que quizá estén mejor en Francia que en sus países de origen, pero que no por ello dejan de ser una minoría oprimida. Hacer sangre de quien no tiene poder ni voz no es meritorio.
En otras palabras, por más libertad que tengan, los medios de comunicación deben preguntarse si es posible criticar a los radicales islámicos (o católicos, o judíos, o budistas) sin por ello burlarse de todos los demás. Libertad no significa ofender por el placer de ofender, ni provocar de manera gratuita. Es fundamental que existan en la sociedad satiristas, humoristas, críticos e ironistas de todo pelaje que destrocen a los gobernantes, a los poderosos y a los líderes, pero es muy diferente provocar y ofender a una persona sólo por sus creencias religiosas, su manera de vestir, sus gustos sexuales, su color de piel o sus orígenes.
Tanto luchar por la libertad, para luego usarla así.
Como hecho adrede, unos días antes de los atentados terminé de leer “Redeployment” (2014), doce cuentos sobre la guerra de Iraq escritos por el veterano Phil Klay, y de ver la mini serie de HBO “Generation Kill” (2008), basada en el libro del periodista Evran Wright de Rolling Stone. En ambas obras se plantea el horror que la guerra de Iraq significó tanto para los soldados estadounidenses como para la población iraquí (hablaré con detalle de ellas en otra columna). Atención: la democracia y la libertad no impidieron que el gobierno de los Estados Unidos destrozara sin necesidad a un país, ni que matara a cientos de miles de ciudadanos inocentes de una manera horrenda –– y de paso trastornara y convirtiera en asesinos a miles de sus propios soldados. Pero gracias a la libertad por la que ha luchado su sociedad, en Estados Unidos pueden escribirse libros y producirse películas que muestran las atrocidades que su gobierno comete. Y gracias a esa libertad, los ciudadanos pueden leer esos libros y ver esas películas sin necesidad de ocultarse ni correr el riesgo de ir a la cárcel.
Conviene recordar, por supuesto, que hablamos del mismo país que censuró de mala manera a quienes se oponían a dicha guerra. La realidad es tan compleja que precisamente por eso se espera que incluso las caricaturas vayan más allá de lo simplote.
Así que no nos engañemos, queda mucho por hacer en cuestión de libertades; más aún en un país como el nuestro, donde llevamos años sufriendo una censura sobre lo que ocurre en la guerra, lucha o como se le llame ahora, contra el narcotráfico. (Y es entendible que muchos medios se hayan autocensurado, al no tener una mínima protección y apoyo del gobierno). Por eso, cuando pienso en el tipo de libertad de prensa que me gustaría que nuestro país alcanzara, el ejemplo que me viene a la mente no es el de los cartonistas de Charlie Hebdo, sino el de Julio Scherer García, fallecido el mismo día de los atentados.
Así que una cosa es que es atentado a Charlie Hebdo sea horroroso, inaceptable e inmerecido. Pero no todos somos Charlie. La libertad es demasiado preciosa para malgastarla ofendiendo de manera burda a nuestro vecino sólo para demostrar que somos “almas libres” o lo que sea.