El domingo 28 de agosto se fue Juan Gabriel, todavía joven (66 años dan para mucho) y la noticia nos cayó como balde de agua helada a todos los mexicanos. México y el mundo entero de luto, como en shock por su muerte inesperada. Nos acostumbró a su presencia, a su música y sus letras, que todos tarareamos por décadas. Generaciones enteras crecimos escuchándolo, siempre vigente, siempre renovado, con sentido del humor y haciendo justo lo que quería hacer: música para las masas.
Muy pocos se resistieron a su encanto, a sus letras sencillas pero sentidas, a la manera que tenía de acercarse a su vastísimo público. Él sí era monedita de oro, querido por todos, admirado y aplaudido.
Se fue sin dar aviso una mañana de domingo. Se fue el compositor entrañable de millones y al que Carlos Monsiváis consideraba el mayor ídolo popular después de Pedro Infante.
Elena Poniatowska publicó parte de una entrevista que le hizo a Juan Gabriel en su casa de Los Encinos y que disfruté mucho leer, no sólo por dejarme ver al Juanga discreto con vida privada, sino porque confirmó algo que yo había notado desde niña: a Juanga no le gustaba dar entrevistas. En ésta que cito, el Divo de Juárez comentó: “Tengo muchas cosas por hacer y me gusta más hacerlas que decirlas.(…)”. ¡Aplausos!, pensé. Porque fue congruente, dejaba que sus actos hablaran por él, “lo que se ve, no se pregunta”.
¡Ay Juanga! Cuánto talento… más de 1,800 canciones escritas, todas hechas para tocar fibras sensibles, para encontrarse en ellas, para darle voz a la emoción personal y popular, todas nacidas de su experiencia y con las que muchos, casi todos, nos identificamos en algún momento. No concibo mi infancia sin Querida, sin la voz de la Durcal interpretando Amor Eterno, sin la de Daniela Romo cantando De mí enamórate…
Fue un ser auténtico, con vestuario de farándula, brillos y colores, con maneras abiertamente afeminadas y venció, porque puso a cantar a un país machista lleno de hombres que no saben abrazar la parte femenina de su personalidad, a un país que también es matriarcal y que encumbró la fijación con su madre. Fue genuino y libre en su manera de mostrarse al mundo, trascendió los prejuicios de un pueblo que hoy le llora, que hoy le canta, que hoy le promete amor eterno, sin importar su orientación sexual, porque con talento y calidez, sin rencor alguno, estrechó íntimamente nuestras emociones más básicas. “No hay como la libertad de ser, de estar, de ir, de amar, de hacer , de hablar así sin penas”.
Pocos compositores tan exitosos como Juanga, pocos con tanto entendimiento y humildad para mantenerse en el gusto de tantas generaciones.
A pesar de las vicisitudes por las que tuvo que atravesar, él aprendió a creer en lo que hacía, a ser fiel a su aptitud, a escribir con honestidad, él creía que “(…) tiene uno la obligación de ser cada día mejor como ser humano”. Ojalá todos pensáramos lo mismo y actuáramos en consecuencia.
Se nos fue Juan Gabriel y con él todas las canciones no escritas, los conciertos no dados y los duetos no concretados. Se nos fue dejándonos con ganas de más, porque de él, creo que nunca tendremos suficiente.
Ahora sí querido Juan Gabriel ¡Fue un placer conocerte!.
@didiloyola