Jan Palach: 50 años después, su recuerdo arde
La inmolación de Jan Palach en la Plaza San Wenceslao de Praga se recuerda como un símbolo que definiría a una generación: un sacrificio radical como último recurso en defensa de la libertad
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Entre la escarcha provocada por las ventiscas de nieve propias de la temporada, al lado de una fuente del Museo Nacional y empapado en gasolina, un hombre de 20 años intenta prender un cerillo en la plaza de San Wenceslalo.
Es Jan Palach, estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad Carolina de Praga, Checoslovaquia. Son casi las dos y media de la tarde del 16 de enero de 1969, fecha que se convirtió en el símbolo de resistencia ante los ultrajes de la Unión Soviética a través de los países participantes del Pacto de Varsovia.
Hace frío y la nieve se extiende en el corazón de Checoslovaquia, donde Jan, con su suicidio a través de la inmolación buscaba avivar las protestas de sus compatriotas contra la ocupación que se silenciaron a fuerza de golpes y muertes. Tres días más tarde sucumbió en el hospital por las quemaduras en su cuerpo.
Abandonadas en la plaza, entre la nieve, quedaron sus pertenencias: una carpeta con varios objetos personales como un manual de alemán, un cepillo de dientes, dos calendarios de bolsillo de 1968 y 1969, una naranja, un sello polaco, una cinta tricolor, nueve boletos de transporte y una carta sin dirección.
En esa carta, el estudiante de Filosofía demandaba la abolición de la censura: “Nuestro pueblo se encuentra al borde de la resignación y el desánimo, por eso hemos decidido protestar y despertar las conciencias de la gente. Debido a que nuestras naciones se encuentran en un estado de desesperanza y resignación hemos decidido manifestar nuestra protesta y despertar al pueblo de este país. Yo tuve el honor de que me tocara el número uno y presentarme como la primera antorcha”.
Sólo había pasado un año desde que Alexander Dubcek fue nombrado primer secretario del Partido Comunista de Checoslovaquia, el 5 de enero de 1968, y con él sobrevino una revolución pacífica a partir de las reformas democratizadoras conocidas como “el socialismo con rostro humano”.
Pero después de agosto de 1968 con la entrada de las tropas de los integrantes del Pacto de Varsovia, la vida cotidiana se hacía con sigilo y evitando cualquier provocación hacia aquellos extranjeros que se apropiaron de las calles de Praga.
Pero Jan Palach llevaba varios meses pensando en una acción definitoria de su inconformidad, como lo prueba una carta escrita por él y dirigida al líder estudiantil Lubomír Holeček —fechada el 6 de enero de 1969— en la que planteó la ocupación de estudiantes en el edificio de Radiodifusión Checoslovaca para declararse en huelga.
A fines de 1968 y a inicios de 1969, las tácticas represivas contra de la población civil inconforme se habían recrudecido y los habitantes de Checoslovaquia guardaron silencio, mientras que Zprávy —el diario oficial del Partido Comunista— monopolizaba los espacios informativos favoreciendo al régimen.
Palach quería sacudir la depresión de sus compatriotas en ese contexto de miedo y decidió poner en práctica lo que —tras eternas conversaciones con sus compañeros de la universidad— se había convertido en un plan para que Checoslovaquia despertara del sopor en que había caído.
El estudiante no podía anticipar lo que su sacrificio traería consigo al convertirlo en un símbolo que definiría a una generación y a las que le seguirían; tras su muerte miles de checoslovacos salieron a las calles. Aunque el llamado al levantamiento masivo no tuvo el efecto requerido, su entierro logró atraer la atención sobre lo que pasaba en Checoslovaquia, y más de 600 mil personas de todo el país asistieron a su funeral, el 25 de enero, que se convirtió en una manifestación multitudinaria por la democracia y la libertad.
Un funeral masivo
Antes de que Palach falleciera, fue interrogado por la psiquiatra Zdenka Kmunickova, quien le preguntó las razones por las que había tomado esa decisión tan radical, a lo que respondió: “quería despertar a la gente y expresar mi desacuerdo por lo que está ocurriendo”.
Después de su interrogatorio, la especialista concluyó que Palach “lo hizo tras una cuidadosa reflexión, y no hay duda alguna de que se trataba de una persona equilibrada, totalmente cuerda, racional con un objetivo muy bien pensado”.
Tras su muerte, multitudes conmovidas acompañaron a la madre del estudiante y a su hermano durante el funeral en el cementerio de Olsany, en Praga, siempre bajo la vigilancia de agentes de seguridad estatal. Los funerales representaron un acto de movilización civil que convocó lo mismo a artistas, funcionarios, académicos, estudiantes y funcionarios que hicieron guardias de honor junto al féretro de Jan. Un acto de unión nacional por el duelo que todavía persiste.
Pero tras esta muestra de unidad, se recrudeció la represión desde el gobierno checoslovaco controlado por Moscú, que tomó imágenes de los asistentes al funeral para comenzar de nuevo una cacería contra quienes considerara especialmente peligrosos.
Cada año, en recuerdo del sacrificio de Palach, antes de las dos de la tarde todo el pueblo checo permanece inmóvil para rendirle homenaje.
Primera antorcha
ejemplo: Entre enero y abril de 1969 hubo 29 casos de jóvenes que intentaron emular a Jan Palach, cuyo ejemplo llegó a Hungría, donde el 23 de enero, Sándor Bauer, un chico de 17 años de edad, se prendió fuego en Budapest al protestar también contra la ocupación soviética.
Lo mundial
El suicidio de Jan Palach atrajo nuevamente la atención de la opinión pública internacional hacia Checoslovaquia.
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Cobertura. Publicaciones internacionales y nacionales enmarcaron la muerte del estudiante de Filosofía en un contexto políticamente álgido.