1.
Hace 200 años, nuestro país se debatía entre la Monarquía y la República. Había caído el Primer Imperio consignado en el Acta de Independencia de 1821, que establecía una forma monárquica que hoy nos parece extraña, y estaba por discutirse qué seríamos en consecuencia, reinstalándose el Congreso provisional para dirimirlo. En abril de 1823 el Congreso provisional declaró que no subsistiría el Plan de Iguala ni el Tratado de Córdova por lo que respecta a la forma de gobierno, dejando al país libre para constituirse como mejor le acomodara.
2.
Es entonces que se convoca al Congreso Constituyente, en junio de 1823, el cual emitió el 31 de enero de 1824 el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana con el propósito de mantener la unidad nacional que empezaba a disgregarse –numerosas provincias habían declarado gobiernos propios—y finalmente, victoria del federalismo, el 4 de octubre de ese año, el Congreso General Constituyente proclamaría la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos. En ello abonaron sin duda personalidades como la de don Miguel Ramos Arizpe, diputado por Coahuila, quien lo había sido también ante las Cortes de Cádiz de 1812, cuando se discutió, pero no aprobó el federalismo como una forma de organizar el gobierno de extensos territorios, reconociendo capacidades locales y diversidades que podían coincidir en un gran todo nacional.
3.
Es así que pasamos de la forma monárquica a la republicana y federal. El Congreso Constituyente debió resolver también si se adoptaba una organización centralista o distribuida para el gobierno nacional, prevaleciendo el sentir de las provincias, Ramos Arizpe con ellas, de que sólo el federalismo, significando el reconocimiento y respeto de las autonomías y diversidad locales en un todo nacional, podría mantener unida la emergente nación mexicana. Los diputados provinciales fueron claros, insistiendo en la relevancia de la soberanía de las entidades sin oponerse a la unidad nacional expresada en un centro de unión. Había que preservar la unidad nacional a toda costa; después, lo sabemos, vendrían otras luchas para establecer el equilibrio y relaciones entre el centro y los Estados, entre el centralismo y el federalismo, en una larga pugna que aún no hemos resuelto del todo.
4.
Para nuestros días, contar con Constitución, República, gobierno representativo, federalismo y división de poderes resulta significativo, sobre todo porque aún no se extinguen las voces que llaman a recentralizar o reconcentrar el poder a costa de facultades que son o pueden ser de las entidades federativas o de los municipios, considerados autónomos y libres en el texto constitucional. Es cuando la política también requiere transcurrir dentro de la Constitución, sin pretender pasar por encima o desde fuera, ni siquiera el buscar moldearla a modo, sino ejercerse en los pesos y contrapesos dispuestos para ese efecto en el devenir de nuestro desarrollo constitucional.
5.
A efecto de reflexionar sobre tan importante acontecimiento en los albores de nuestra República Mexicana, el Senado de la República realizará una serie de actividades entre las que destaca la conferencia magistral “200 años de Constitución, federalismo y Senado Mexicano”, del doctor Diego Valadés, presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional, en el auspicio del Instituto Belisario Domínguez, el 4 de abril en la sede histórica de Xicoténcatl, ubicada en el centro de la Ciudad de México. Nuestra Constitución Política, sus orígenes y principios, constituye la norma fundamental a partir de la cual somos una nación soberana e independiente, con permanente aspiración por la igualdad, la justicia, el desarrollo equitativo y los derechos humanos, con una forma de gobierno republicana, democrática, laica y popular. Integrarla ha sido un largo proceso, pero nos ha permitido construir una Nación. Pensemos en ello.