La democracia, un ejercicio de libertad
A diferencia de la transición democrática, que fue sólo un cambio de gobierno, ésta es una sacudida política de otra dimensión con otros alcances. México necesita una oposición inteligente y moderna, de cara a los ciudadanos que han perdido la confianza en los partidos, sienten que les han fallado y están ausentes
El estado de ánimo de la sociedad es muy sensible y mucho más cuando la ilusión se convierte en necesidad de vida. En política, la relación de causalidad es a veces casi imperceptible. Pero existe y siempre está presente. Las crisis económicas y financieras lesionan a la sociedad, trastocan su entorno, la empobrecen y vulneran la confianza colectiva. Son las grandes generadoras de los cambios políticos, económicos y sociales.
México es un buen ejemplo. La presión social y la lucha ciudadana propiciaron avances democráticos en el país. Se crearon instituciones electorales soberanas como los ahora Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Trife). Después de varias décadas, el PRI perdió la Presidencia de la República y el PAN asumió el poder político en el país. Con una contienda civilizada y en paz, México entró a la modernidad democrática.
A pesar del cambio político, los gobiernos de la llamada transición pronto sufrieron un creciente deterioro y descrédito ante la opinión pública. Ante un pueblo sediento, con necesidades y agraviado por muchas razones era difícil una respuesta de inmediata concreción. Expectativas largas y resultados cortos. Después de dos sexenios, el regreso del PRI al poder.
›Enrique Peña Nieto avanzó en el acuerdo con los partidos políticos de oposición. Se firmó el Pacto por México y el Congreso aprobó las llamadas Reformas Estructurales. Se anunciaron grandes inversiones nacionales y extranjeras e incluso prometieron bajas en los precios de los combustibles. La realidad era otra y muy distinta. El gasolinazo, falta de crecimiento económico, corrupción, inseguridad, lucha fallida contra el narcotráfico, Ayotzinapa, la fuga del Chapo Guzmán, la Casa Blanca, Tlatlaya, Odebrecht, gobernadores en la cárcel y un gran deterioro de la figura presidencial.
Esta era la realidad en vísperas de las elecciones. La mesa estaba servida para un cambio radical en el país. Con un gobierno debilitado, el PRI no estaba en condiciones de una competencia ganadora. Además, el PAN estaba dividido con las renuncias de Calderón y Margarita Zavala; Peña Nieto en conflicto con el candidato de ese partido al grado de judicializar el pleito y finalmente el PRI, también dividido.
Crónica de una victoria anunciada. El discurso de campaña de López Obrador fue demoledor en contra del sistema político. A diferencia de la transición democrática que fue sólo un cambio de gobierno, ésta representa un cambio de régimen. Es una sacudida política de otra dimensión, con otros alcances.
Es cambiar el modelo económico, liquidar la política tradicional, la forma y modo de gobernar, desterrar el neoliberalismo y, en el fondo, es en contra de la globalización.
Nuevos paradigmas. México necesita una oposición inteligente y moderna y crear una cultura democrática.
La denuncia pública del presidente López Obrador se ha convertido en un arma letal en contra de los gobiernos neoliberales, de la iniciativa privada, de los partidos de oposición y la prensa. En las mañaneras denuncia desde el púlpito del poder a los supuestos pecadores. Está en pleno trabajo político y en la construcción de estructuras políticas a nivel nacional, estatal y municipal.
México necesita una oposición inteligente y moderna. La única fórmula para ganar elecciones es estar con la gente, encabezar sus causas, jugársela con ellos y luchar por sus sueños y esperanzas. Nada fácil. Los ciudadanos han perdido la confianza en los partidos, sienten que les han fallado y están ausentes, sólo se aparecen en tiempo de elecciones.
›Una especie de fantasma letal recorre el mundo y, por supuesto, nuestro país. La crisis sanitaria y la recesión económica están desgastando al gobierno y debe desplegar toda su energía política para evitar el colapso nacional. La prioridad debe ser afrontar el problema con toda la fuerza del Estado. Las políticas asistencialistas sólo han servido para contención social, ahora se requiere de una política de Estado para detener el conflicto del país.
En México es necesario crear una cultura democrática, hacer de los procesos electorales un ejercicio de libertad y no motivo de confrontaciones. Es una tarea impostergable para garantizar la alternancia del poder. La democracia hace realidad que los triunfos no sean eternos ni las derrotas para siempre. Esta divisa debe unificarnos, para garantizar y exigir al gobierno el respeto al voto.
El proceso electoral de 2021 debe ser la oportunidad para refrendar, en los hechos, el respeto del voto ciudadano. Es la oportunidad de las instituciones electorales de garantizar un proceso limpio y democrático. También es el momento para que el gobierno, en sus tres niveles, respete la voluntad democrática del pueblo de México.
La denuncia pública del presidente López Obrador se ha convertido en un arma letal en contra de los gobiernos neoliberales, de la iniciativa privada, de los partidos de oposición y la prensa.