La espera libera

18 de Abril de 2024

La espera libera

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Los internos de Santa Martha Acatitla tienen una segunda oportunidad de reinserción en la sociedad a través del arte

bnieto@ejecentral.com.mx

Hace nueve años se fundó la Compañía de Teatro Penitenciario, a cargo de Itari Marta

¿Qué eje comparten las obras teatrales Ricardo III y Esperando a Godot? Ambas a 400 años de distancia —escritas por dos representantes de la dramaturgia británica: William Shakespeare, a finales de la década de 1590 y Samuel Beckett, después de 1950— plantean la ruindad de hombres y mujeres a través del poder físico, mental, económico y político. Ambas son representadas por actores que en su cautiverio son clasificados por el delito que los mantiene en la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, pero que en el teatro han encontrado su salida al encierro.

Desde hace cinco años el rey jorobado de William Shakespeare es interpretado en la sala Juan Pablo de Tavira, del penal de Santa Martha Acatitla, por la Compañía de Teatro Penitenciario en una adaptación de la figura grotesca tanto de fondo, como de forma, del protagonista, encarnado por una decena de actores.

Sin saberlo, la experiencia del espectador comienza desde su traslado del Foro Shakespeare hacia el penal al oriente de la ciudad. La sensación de encierro se mezcla con el olor a artículos guardados por años. El control para acudir a una obra montada en prisión arranca desde la prohibición de colores en la indumentaria, seguido por dos filtros de seguridad antes de sentarse en una butaca.

Una vez adentro, la recepción para los invitados es inesperada. Los actores aplauden entre ensordecedores gritos.

En cada escena, una cuadrilla de militares obedece a un Ricardo diferente que sube al trono: abusa, se regodea y es asesinado por el poder a manos de otro Ricardo, sin encontrar redención. No se escatima en la brutalidad ni la escatología. De alguna forma, los intérpretes coinciden: lo que representan les recuerda su vida afuera y regala libertad adentro de la prisión.

Puede que no llegue Godot y mañana, sí

El pasado 8 de septiembre, un día después del primer terremoto que azotó a más de 200 municipios al sur de México, cinco internos del penal de Santa Martha salieron por más de tres horas para interpretar en el Foro Shakespeare, de la colonia Condesa de la Ciudad de México, una de las obras más representativas del teatro del absurdo: Esperando a Godot, del irlandés Samuel Beckett.

Faltaban 15 minutos para que dieran las 7 de la noche. En la calle de Zamora se ejecutó un operativo coordinado por la Unidad de Reacción Inmediata. Cuatro camionetas de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal escoltaban a otra conocida como Tiburón, de la que descendieron esposados de manos y pies y con la mirada hacia el piso, los internos José Luis junto con Juan Antonio Santillán, Juan Luis Hernández Domínguez, Fidel Gómez Pérez alias El Mandi y José Francisco García Ortíz. Algunos miembros del grupo no quisieron perder el detalle del exterior y levantaron la mirada. Estaban en la calle.

Media hora antes de su llegada, vecinos y transeúntes de la colonia Condesa estaban a la expectativa de lo que sucedía alrededor. Adentro, los equipos de producción del Centro Cultural Autogestivo El77 y del Foro Shakespeare seguían con su logística. La curiosidad recaía en la asistencia de 200 espectadores que pagaron su entrada.

En la segunda fila del público, una mujer de suéter blanco y cabello encanecido, casi de manera sistemática durante toda la función, levantaba la mano y hacía un ademán a uno de los protagonistas.

El dato
La compañía se compone por 25 actores que previamente aprobaron una audición y entrevista hecha en circuito entre sus miembros.

Saludaba a Estragón, el indigente acompañado de Vladimiro en Esperando a Godot, interpretado por José Luis Padilla Hernández, joven preso por el delito de privación ilegal de la libertad.

En escena, el actor nunca respondió a la mujer. La obra alternó dos canciones de rap, cuya autoría es del actor y músico MC Mimo, quien se valía de una pequeña bocina a manera de orquesta para acompañar las letras que referían al arrepentimiento y la soledad. Él mismo interpretaba a Puzzo, el tirano.

Sabes, yo siempre la recuerdo y todo el tiempo en ella pienso. En los cariños cuando me arrullaba, en las canciones tan bonitas que cantaba. Sabes, yo busco la salida y estar con ella cuando llegue el día en que ella se despida de esta vida y para siempre su nombre estará en mi vida”.

Fidel Gómez Pérez, El Mandi, salió a escena. El flash de las cámaras fotográficas es disparado sin intermitencias y se usa a modo de compás de espera para su intervención. Pocos son quienes no lo reconocen: hace 30 años lideraba una pandilla de jóvenes delincuentes llamada Los Panchitos, en Tacubaya, al poniente de la ciudad. Él es uno de sus sobrevivientes.

Concluye el primer acto con el diálogo entre Estragón y Vladimiro:

—¿Vamos, pues?

— Vayamos

(No se mueven)

Y MC Mimo regresa. Entona otra de sus composiciones, ahora habla de los errores, sus consecuencias y la esperanza de corregir el camino, pero no sólo va dirigida a los internos, sino a la situación social del país.

“No hay nada que hacer, empiezo a creerlo. Durante mucho tiempo me he resistido (…) hay que romper cadenas del pasado, patrones de conducta que no se han superado. Los hijos de mis hijos van a ser los beneficiados y cuando volteen pa´trás ¿qué creen? Ya no seremos odiados, ya no seremos odiados”.

La adaptación es intensa, los personajes se entregan. Lanzan críticas hacia los casos de corrupción en el país a través de Lucky, el sometido, y Pozzo, el dictador. Abuso, poder, desprecio y dependencia.

El segundo y final acto termina. Se encienden las luces y estallan los aplausos. El público está de pie y en el recinto la exclamación es una: ¡bravo!

De los aplausos, siguió la sesión de preguntas y respuestas. José Luis Padilla intenta responder a una de ellas, pero la emoción tiró de más y entre un llanto ahogado se acercó a abrazar por primera vez en cinco años a aquella mujer del suéter blanco que le saludaba, su madre.

Los actores lograron salir sin aplicar la fuga y han mantenido su buena conducta en el penal, lo que valió un nuevo convenio con el subsecretario del Sistema Penitenciario Capitalino para extender a dos años el programa de reinserción social como opción de trabajo remunerado, con la directora del programa, Itari Marta, a través de la Compañía de Teatro Penitenciario. Lo suscribió José Carlos Balaguer, director del Centro El77.

El cuerpo de los cinco actores se fue de La Condesa y regresó a Santa Martha Acatitla, pero su mente está en el teatro para vivir de acuerdo al código de conducta de la compañía: “actuar con honor, voluntad, dignidad, generosidad, precisión (…) Abrir el corazón, respirar hondo y sentir profundo”.

El Mandi. En la década de los 70, el actor formó parte de la famosa pandilla juvenil Los Panchitos, al poniente de la CDMX.

Las ganancias en cada función son repartidas a partes iguales entre todos los internos y entregadas a sus familias.