La velocidad con la cual están ocurriendo los acontecimientos, tanto políticos como comerciales, en todo el mundo marcan que definitivamente estamos entrando en otra etapa desconocida y para la cual algunos pocos países están preparados y otros no, con la consecuente desazón de sus poblaciones y sobre todo para las que menos tienen que, una vez más, serán las primeras en sufrir las consecuencias.
Escribía el colombiano José Antonio Ocampo, quien ha sido un gran funcionario, en su país y en diversas posiciones en la ONU, que hoy nuestra región debe, sin duda, adoptar un nuevo modelo de desarrollo, porque ni las políticas neoliberales iniciadas en la década de los 80 del siglo pasado, ni las agendas progresistas de los gobiernos de izquierda han podido generar un crecimiento sostenido.
Los datos fríos y secos así lo confirman: desde 1990 el crecimiento anual ha sido de un 2.5% en promedio; se prevé que para este año sea de 2.2% y para el que viene se estima en 2.4%. Nuestro país no alcanzará ni esas pírricas cifras.
En el aspecto económico, el gran cambio se está dando con la política de Donald Trump de acabar con los acuerdos comerciales que no favorezcan totalmente a Estados Unidos, y así estamos viendo cómo, poco a poco, están dominando incluso a los países de la Unión Europea y Japón.
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Los europeos deberían estar trabajando en cuál va a ser su política comercial de ahora en adelante, con la política arancelaria que les está imponiendo Trump, porque la época del libre mercado va rumbo al fracaso y el proteccionismo es ahora la nueva religión.
Lo que el felón gobernante ha hecho con Japón ha sido increíble: le cedieron, por medio de un tratado comercial, 550,000 millones de dólares para que los invierta en lo que él quiera y los compensaría con una pequeña comisión. A pesar de ello, también les ha impuesto aranceles.
Ahora bien, la némesis de Trump es la República Popular China, debido a su crecimiento impresionante. Baste decir que en 1989 los Estados Unidos generaban el 22.2% del PIB mundial, mientras que el de China equivalía al 3.6%; para el año pasado China representaba el 19.5% y los Estados Unidos el 14.5%, según los datos del Fondo Monetario Internacional.
Lo que estamos viendo es que, para combatir a China, está utilizando la política de ese país en materia de comercio e industrialización. Algunos ejemplos que han aparecido en los medios lo están corroborando. Luca Salvemini escribe en Sin Permiso que Nvidia ha invertido 5,000 millones de dólares en su rival Intel para salvarlo de una crisis financiera e incluso el propio gobierno estadounidense ya había comprado el 10% de la empresa y, casi al mismo tiempo, ha firmado otro acuerdo con la empresa OpenAI para invertir cien mil millones de dólares para crear sistemas de diez gigavatios basados en los microchips de Nvidia.
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Estas inversiones las hacen siguiendo la política de Trump de que todo debe producirse en los Estados Unidos, y así veremos que habrá relocalizaciones o regresos de empresas norteamericanas, pero hacia ese país.
Es por lo que muchos afirmamos que están copiando a los chinos, pero sin tomar en consideración las grandes diferencias que existen en materia política, desde la existencia de un partido único, un plan a largo plazo y un sometimiento de las empresas “privadas” a los designios del partido, lo que le ha permitido convertirse en la gran potencia económica es que ahora.
Xi Jinping aboga por la globalización y la firma de acuerdos comerciales; muchos países están acercándose a ellos, sobre todo por lo competitivos que son sus productos. En el caso de nosotros, la maldita vecindad nos obliga a negociar con el del norte y tratar de sacar lo mejor posible, como lo está haciendo la Presidenta; aunque vemos que, dadas las circunstancias del resto del mundo, no nos va a ir mejor.