Si la disculpa pública del abogado Carlos Velazquez León al senador Gerardo Fernández Noroña derivó de un acuerdo entre particulares como subrayó la presidenta Claudia Sheinbaum en su conferencia matutina del martes, entonces el polémico senador incurrió, de forma clara y sin espacio para las interpretaciones que lo exculpen, en el delito de peculado por utilizar los recursos del Senado de la República, que formalmente preside, para litigar y forzar un arreglo en beneficio solamente suyo, como particular, obtenido de otro particular.
Así, al exceso político que representa el uso de la fuerza y la influencia para someter, no a un adversario, sino a un ciudadano que piensa diferente y se atrevió a expresarlo, ahora habrá que agregarle la comisión de un delito: el desvío de recursos del erario nacional, para litigar con ventaja en contra de un particular, cargando el costo del litigio al propio Senado.
Para acabar de encuadrar el delito de peculado de Fernandez Noroña, hay que preguntarse si en otras circunstancias, sin la calidad de senador y sin los recursos del Senado a su entera disposición, el legislador se habría atrevido a gastar su tiempo y sus recursos personales, en una denuncia penal, contra un particular, por unos cuantos gritos e insultos. Oportunidades de hacerlo tuvo muchas antes de encumbrarse y estar en la pleniitud del poder. Nunca lo hizo, porque implicaba dinero y trabajo suyos y también, porque antes consideraba los altercados, muchos provocados por él mismo, como gajes del oficio. Ahora en cambio, con abogados y gestores gratuitos y con influencia para hacerse escuchar y atender en el Ministerio Público, no dudó en arremeter contra el particular que lo imcrepó de la misma forma en que antes, él in crepó a muchos funcionarios.
Lo que consiguió el legislador no fue establecer un nuevo límite autoritario a la crítica, pues lejos de alejarla, Fernández Noroña ha provocado una avalancha de cuestionamientos en su contra que van desde lo ético hasta lo jurídico, pasando por supuesto, por lo que más le interesa al legislador: lo político.
El senador del Volvo y la Clase Premier ha vivido siempre de la controversia que sabía despertar provocar con acciones disruptivas y novedosas desde la oposición. Sin embargo, a menos der un año de haberse sentado en la silla del presidente del Senado de la República, No ha logrado adaptar su estilo irreverente, desenfadado y atrevido, a la conducción formal de la cámara alta. Lejos de imprimir un sello personal de conducción política en el espacio que represente el pacto federal, Noroña ha ido dando tumbos y pasando desde lo acartonadamente formal, hasta lo grotesco y soez, cuando alusiones directas a su persona, como las de Lilly Téllez, lo han sacado de quicio.
Aparte están sus actitudes autoritarias, manifestadas en el más pueril de los recursos: apagar el micrófono y negarle el uso de la palabra a los opositores en un cuerpo colegiado y deliberativo, cuando se queda sin argumentos para debatir o defenderse.
Con su exceso en contra de Carlos Velazquez, Fernández Noroña cruzó una nueva frontera y provocó algo que tarde o temprano llegaría: la unificación de la prensa, y de los analistas, en su contra, por un acto que lo dibujo de cuerpo entero: un político dictatorial capaz de utilizar los recursos y las instituciones públicas, para resarcir una autoestima personal que, por lo que él mismo ha evidenciado en más de una ocasión, está profundamente lastimada.