La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación ha convertido las calles en su campo de batalla y las aulas en un lugar vacío. Sus bloqueos, paros y plantones, lejos de ser un grito legítimo por mejores condiciones, han secuestrado el derecho a la educación de millones de niños mexicanos. En el centro de este conflicto, la presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta un desafío que pone a prueba su capacidad de liderazgo: conciliar las demandas de un magisterio combativo con el clamor de una sociedad harta de ser rehén de este conflicto.
La CNTE, nacida como una disidencia combativa, ha hecho de la presión callejera su sello distintivo. Sus demandas —mejores salarios, rechazo a reformas educativas y mayor injerencia en las políticas del sector— son, en muchos casos, legítimas. Sin embargo, su método de lucha, que privilegia el caos sobre el diálogo, genera un costo social que provoca rechazo hacia su movimiento. Los bloqueos de avenidas, los plantones interminables y los paros laborales no solo paralizan ciudades, sino que castigan a los más vulnerables: los estudiantes de comunidades marginadas.
PUEDES LEER: Los jueces no quieren escuchar
En los últimos meses, la CNTE ha intensificado sus movilizaciones, dejando sin clases a miles de alumnos en estados como Oaxaca, Chiapas y Michoacán. Estas acciones, que buscan presionar al gobierno, terminan afectando a quienes menos lo merecen: niños y jóvenes que dependen de la educación pública para romper el ciclo de la desigualdad. La Coordinadora justifica su lucha como una defensa de los derechos laborales, pero su estrategia refuerza la percepción de que los intereses gremiales están por encima del bienestar colectivo. Cada carretera cerrada, cada escuela vacía, es un recordatorio de que la CNTE prioriza su agenda sobre el futuro de sus alumnos.
El abandono de las aulas es el rostro más crudo de la CNTE. Cada día de paro es una herida en el proceso educativo de millones de estudiantes, muchos de los cuales ya enfrentan un sistema debilitado por años de rezagos. En regiones donde la pobreza es la norma, la escuela no es solo un lugar de aprendizaje, sino un espacio de contención social, un escape de la violencia y un puente hacia un futuro mejor. Cuando los maestros eligen las calles sobre las aulas, rompen un compromiso implícito con la sociedad: formar a las generaciones que transformarán el país.
Claudia Sheinbaum ha enfrentado a la CNTE con una mezcla de apertura y reproche, reflejando la complejidad de un conflicto que no admite soluciones fáciles. Desde el inicio de su gobierno, ha intentado mantener un diálogo con la Coordinadora, buscando atender demandas como mejoras salariales y ajustes a las políticas educativas. Sin embargo, la relación se ha fracturado por la intransigencia de la CNTE, que en más de una ocasión ha desairado los llamados al acuerdo. Sheinbaum ha respondido con críticas directas, acusando a la Coordinadora de actuar de manera antidemocrática y de afectar a la ciudadanía con sus tácticas provocadoras.
PUEDES LEER: El asesinato de Ximena Guzmán: reflejo de la crisis de seguridad en México
A pesar de su disposición al diálogo, Sheinbaum ha cedido en algunos puntos, como promesas de incrementos en pensiones magisteriales, lo que ha generado críticas por el riesgo de comprometer las finanzas públicas. Esta dualidad —abrir la puerta al diálogo mientras se enfrenta a las presiones de la CNTE— revela el delicado equilibrio que la presidenta debe mantener. Por un lado, busca evitar un escalamiento del conflicto; por otro, enfrenta la presión de una sociedad que exige soluciones que no sacrifiquen el derecho a la educación ni el orden público.
La educación no puede ser un campo de batalla. Cada día que un niño pasa sin clases es un día perdido para México. Es hora de que la CNTE y el gobierno encuentren un camino común, uno que coloque a los estudiantes en el centro y reconozca que el verdadero cambio no se logra en las calles, sino en las aulas.