La fantasía viral

9 de Octubre de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (CDMX, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la UNAM y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

La fantasía viral

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Un bar femenino que quebró por la falta de consumo de alcohol y una banda de rock que se hundió en la nada cuando estaban en lo más alto. La inteligencia artificial tiene un potencial de posibilidades casi incalculable, y sin duda está marcando las pautas de nuestro futuro. Pero, al mismo tiempo, igual de incalculable es su potencial de daño; sobre todo, si no asumimos la responsabilidad que conlleva el privilegio de vivir en esta era.

Recientemente, dos historias circularon con fuerza en redes sociales. La primera, una banda de rock californiana, Crimson Fireline, cuyos integrantes desaparecieron en 1981 mientras volaban en un jet privado rumbo a una reunión que prometía catapultarlos a la fama. Décadas después, según la historia, el avión fue encontrado en el fondo del Pacífico con los cuerpos de los músicos —ejecutados con disparos— y varios hombres desconocidos vestidos con trajes de lujo. Por si eso fuera poco, dos miembros de la banda nunca aparecieron.

Una trama digna de una película de David Fincher, pero completamente inventada.

No hay registros de la banda, ni de sus integrantes, ni del supuesto hallazgo. La historia fue generada con inteligencia artificial, difundida en Facebook y replicada sin control por miles de usuarios. Nadie se detuvo a cuestionar su veracidad, nadie pensó que quizás estaban compartiendo una pieza de ficción presentada como un hecho histórico.

La segunda historia fue menos cinematográfica, pero igual de efectiva: “Cierran discoteca femenina en su primera noche porque nadie compró una sola botella de alcohol”.

La publicación apareció en Instagram y Facebook acompañada por una imagen de mujeres bailando. No mencionaba la ciudad, el año ni el nombre del supuesto local. Y aun así, en cuestión de horas, acumuló decenas de miles de reacciones. Cuentas como Mentalidad 1% o Just La Jotta —especializadas en contenido misógino y frases de “machos alfa”— aprovecharon el bulo para burlarse de las mujeres, sosteniendo que “sin los hombres, no hay economía que funcione”. Ninguno de ellos verificó nada. Y lo peor, tampoco quienes compartieron el post.

Ambas historias, aunque muy distintas, revelan el vértigo de un tiempo donde el filtro entre realidad y ficción es cada vez más delgado. La IA puede fabricar voces, rostros, videos, artículos periodísticos e incluso “recuerdos” colectivos que nunca ocurrieron. Pero el verdadero riesgo no está en la tecnología, sino en nosotros: en esa prisa con la que creemos y difundimos todo lo que confirma nuestras ideas o emociones.

Nos hemos acostumbrado a aceptar como verdad aquello que se ajusta a nuestra visión del mundo. Si una historia refuerza lo que pensamos —que las mujeres son interesadas, que el rock murió con sus mártires, que la humanidad está condenada—, entonces basta con un clic para darle credibilidad. La verificación parece un lujo, cuando debería ser una obligación ética mínima.

El problema es que cada “me gusta” y cada “compartir” perpetúa el ciclo de la desinformación. Y ese ciclo no es inocuo. Moldea percepciones, alimenta prejuicios, manipula elecciones y, poco a poco, deteriora nuestra confianza en lo real.

La inteligencia artificial no es el enemigo. El verdadero enemigo es nuestra pereza digital. Nuestra necesidad de creer antes que entender. Nuestro impulso de replicar sin pensar.

Cada historia falsa que viralizamos sin dudar se convierte en un ladrillo más del muro que separa los hechos de las ficciones, la información del ruido, la verdad de lo que sólo parece verdad.

Verificar una noticia nos toma un minuto; reconstruir la confianza en lo verdadero puede llevar generaciones. Y si algo debería quedarnos claro en este nuevo ecosistema digital, es que compartir no siempre es comunicar. A veces, es simplemente hacer eco de una mentira bien contada.