Mexicanos sin patria II
La violencia de las pandillas latinas en ciudades de EU, surgida hace décadas, fue el antecedente ignorado por autoridades mexicanas del fenómeno de la narcocultura, que hoy atrapa a jóvenes y potencia delincuencia, inseguridad y asesinatos en México

La violencia de pandillas latinas en EU fue ignorada por autoridades mexicanas y hoy se refleja en el auge de la narcocultura que atrapa a miles de jóvenes en México.
/FOTO: PEDRO PARDO/AFP
Una vez que los migrantes se convierten en inmigrantes indocumentados, apoyados generalmente por otros que los reciben y orientan para encontrar un empleo, el salario diario o semanal es casi la única razón de existir y sea en el campo, en restaurantes, fábricas, jardinería, en la construcción, o cuidando niños, su vida social establece una rutina que permanecerá cuando formen sus familias. Las jornadas de trabajo se vuelven extensas y si bien en ocasiones un empleo es suficiente para pagar el alquiler compartido o quizá un pequeño estudio, comprar comida, pagar electricidad y pasajes, no es suficiente para quienes además enviarán dinero a México. En el nivel en el que se mueven los inmigrantes mexicanos, a diferencia de México, el empleo sobra en EU, por lo que un segundo trabajo es la opción para lograr metas y cumplir compromisos económicos propuestos.
Aunque las cifras recientemente compartidas por la titular del Instituto Nacional de los Migrantes, apuntan una disminución del siete por ciento en la población mexicana radicada en Estados Unidos, algunas entidades federativas cuentan con más población en el vecino país que en su propio territorio, en tanto que sus hijos y nietos son parte de la vida económica y política de los Estados Unidos, capaces incluso de decidir votaciones de ciudades tan importantes como Los Ángeles, Chicago o Nueva York.
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¿Quiénes son estos mexicanos que no conocen México, que aprendieron a hablar el español de sus padres que se pasaron la vida trabajando y crecieron escuchando las razones de pobreza por las que sus padres abandonaron su país y a los que el gobierno mexicano les otorgó el derecho de la nacionalidad mexicana, pero no considera ni destina recursos para su atención? ¿Qué piensan de México? ¿Cómo enfrentan la persecución hacia sus padres indocumentados y hacia ellos mismos? ¿Cómo se definen? ¿Qué potencial habría en ellos si México reestableciera sus lazos culturales con ellos?
Integrantes de familias formadas por padres avocados al trabajo para brindarles una vida económicamente estable, los mexicanos nacidos en Estados Unidos aprendieron la lengua del hogar, el español que sus padres conocieron muchas veces sin escuela. Esos hijos mexicanos nacidos en suelo americano, también aprendieron, al mismo tiempo y en sus primeros años, por la televisión, el idioma del país donde vinieron al mundo. Su inglés se perfeccionó en la escuela, abriendo, desde ese momento, una brecha inmensa con sus propios padres que sin conocer el idioma de sus hijos, quedaron al margen de sus diálogos. Los nacidos allá en sus primeros años de escolaridad se identificaron inmediatamente como ciudadanos estadounidenses, aprendieron el himno de ese país muchas veces sin conocer el mexicano. Se definen como estadounidenses y frases como: “México es tu país y Estados Unidos es el mío” son recurrentes en las pláticas entre padres e hijos.
¿Quién querría identificarse con un país del que sus padres narran las historias de pobreza que los forzaron a migrar y con un origen por el que los llaman ilegales? ¿Quién querría identificarse con un México del que escuchan, en las noticias, que inunda de drogas las calles estadounidenses y que en sus barrios, los barrios mexicanos que siempre se ubican al sur de sus ciudades, padecen de la violencia de las pandillas que se disputan los territorios por el control de ese mercado, ubicando a sus miembros por colores, cortes de pelo, tatuajes y señas?
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La violencia desarrollada en los barrios mexicanos en Estados Unidos, es hoy el principal estigma y razón de la hostilidad del gobierno estadounidense contra la población mexicana en Estados Unidos. A las filas de esa violencia, durante décadas se han sumado incontables jóvenes nacidos en los Estados Unidos, que al saberse discriminados por el sistema estadounidense, mantienen una clara confrontación con su aparato judicial. Discriminados por ese sistema que hoy amenaza con desconocer su ciudadanía, rechazando y rechazados por la identidad familiar de sus casas y en los casos de quienes han visitado México, desconocidos por su vestimenta tatuajes y uso del spanglish, muchos de estos jóvenes han encontrado identidad en las pandillas de origen latino en Estados Unidos, problema que en México se observa de manera creciente con la juventud seducida por el estilo de vida que el narco les ofrece.
Décadas antes de que la violencia estallara de manera exponencial en México y la narcocultura atrapara a muchos jóvenes mexicanos, incluso en condiciones económicas estables, los barrios mexicanos en Estados Unidos experimentaron esta problemática no comprendida nunca por el gobierno mexicano, que solo se sentó a observar cómo el fenómeno se replicó en México. Lejos de sentirse responsable, la autoridad en México ha actuado como si se sintiera aliviada de los problemas de los connacionales que abandonan el país, y sólo el envío de remesas y un puñado de votos emitidos desde el extranjero parecen ser una motivación.
El pendiente que México, su gobierno y sociedad, tienen con la atención a la identidad cultural de los mexicanos nacidos fuera de su territorio, sirve también como recordatorio de que un país que renuncia a la educación y la cultura, abre las puertas de infiernos como el de la narcocultura, a sus jóvenes, que son presas dentro y fuera del territorio nacional.