Mexicanos sin patria 

26 de Septiembre de 2025

Mexicanos sin patria

La migración de connacionales a Estados Unidos genera pérdida de identidad cultural, violencia en comunidades, desafíos legales y sociales, mientras políticas públicas permanecen insuficientes

mexicanos en estados Unidos

México tiene una deuda pendiente con millones de migrantes y sus hijos en EU.

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GUILLERMO ARIAS/AFP

México tiene una deuda pendiente con millones de migrantes y sus hijos en EU.
GUILLERMO ARIAS/AFP

Aunque la migración mexicana hacia los Estados Unidos es un tema de la agenda pública tan común como tan lejano para muchos de los que vivimos en México, este guarda uno de los pendientes más vergonzosos para nuestro gobierno y dolorosos para los millones de familias que día a día sufren sus estragos. El éxodo obligado de los mexicanos hacia el país norteamericano de manera indocumentada, distinto en idioma, leyes y cultura, trajo consigo la pérdida de identidad cultural mexicana -y/o la integración de una identidad derivada- en las generaciones de mexicanos nacidos en Estados Unidos, con múltiples efectos sociológicos, que hasta la fecha han sido completamente ignoradas dentro de las políticas públicas asistencialistas mediante las que el gobierno mexicano atiende el tema migratorio; los que emigraron, son mexicanos olvidados por su patria, mientras que sus descendientes, que han creado una identidad cultural binacional con lo aprendido o no por sus padres, hoy enfrentan el riesgo legislativo de quedarse sin la patria que los vio nacer.

Las características y efectos de la pérdida de identidad cultural de los mexicanos nacidos en Estados Unidos han pasado por nuestros ojos durante décadas, pero la migración por sí misma fue y sigue siendo considerada como una solución a los problemas económicos de millones de mexicanos que, gracias a su arrojo, buscaron solucionar no sólo su propia condición, sino que como lo ha sido durante siglo y medio, han sido un pilar imprescindible para la precaria economía del país a través de sus envíos de dinero, por lo que no es extraño que las consecuencias negativas de la inmigración en Estados Unidos hayan sido pasadas por alto, tanto por considerarse una solución, como por la irresponsabilidad e indolencia de gobiernos rebasados por muchos otros problemas que aquejan al país.

Hoy el tema más importante de la agenda entre ambos países refiere al envenenamiento y la inseguridad que los cárteles mexicanos de la droga provocan entre los estadounidenses. También es el pretexto que debilita a México para negociar cualquier tema como el libre comercio, ante la presidencia de un magnate de los negocios, Donald Trump, experto en explotar las debilidades de sus socios comerciales, quien entre su abanico de posibilidades ha endurecido sus políticas migratorias al grado de amenazar el derecho de ciudadanía de los extranjeros nacidos en su territorio y ambos, tanto el tráfico de drogas y la pérdida de identidad cultural de los mexicanos nacidos allá, tienen un hilo común que los estadounidenses y cualquiera que haya vivido o visitado y, observado lo que pasa en los barrios mexicanos en las ciudades estadounidenses lo comprende: la violencia de las pandillas que, guste o no y se niegue o no, define gran parte de la cotidianidad de lo que el sueño norteamericano terminó siendo para las familias mexicoamericanas establecidas en muchas de las principales ciudades de los Estados Unidos. Esta violencia que comenzó varias décadas antes del inicio de la “guerra” contra las drogas emprendida por el expresidente Felipe Calderón y provocada por el control de territorios para el tráfico de enervantes, tiene entre sus raíces más profundas la necesidad de identificarse de muchos jóvenes que extraviados entre su origen étnico, la idiosincrasia de sus familias y el país que les identifica como ciudadanos, buscan pertenecer y son arrebatados a veces desde niños de sus familias.

Desde la primera generación y las siguientes se trata de mexicanos huérfanos de patria, a quienes hace más de siglo y medio, en 1857, se le otorgó constitucionalmente el derecho a la ciudadanía mexicana, pero que México no conoce, ni parece importarle el grado de confusión que en ellos existe cuando tienen que definirse culturalmente, ya que, aunque saben su origen étnico, no conocen ni sienten afinidad por este, se saben norteamericanos pero también discriminados por su país. Durante décadas, llamarlos “pochos” representó una forma de sintetizar lo que son, sin que tengamos idea de lo que los conforma, sin importarnos lo que piensan, ni ninguno de los problemas que enfrentan en el vecino país del norte.

La alerta sobre el tema que este texto plantea no se basa en una idea romántica de que la atención a la identidad cultural que el gobierno mexicano debe establecer como parte de sus programas de atención a la comunidad migrante, modificará el problema de violencia que el tráfico de drogas provoca en ambas comunidades de mexicanos, aquí y allá. Si se trata de pensar con frialdad, el mercado seguirá existiendo mientras exista la demanda que también sabemos no se detendrá, pero los efectos del extravío en la identidad y la necesidad de pertenecer dejarían de ser un factor para la integración de más miembros dispuestos a generar cualquier clase de violencia en su propia comunidad. No puede negarse que los nacidos allá son los hijos olvidados de una patria que por lo menos les debe su identidad.

La partida

La tragedia de los millones de pobres que deciden buscar mejores condiciones de vida en los Estados Unidos comienza con su invisibilidad en su partida, cuando a lo mucho cargan su credencial de elector para ser identificados si algo malo sucede durante su traslado, en el que conscientemente renuncian, aunque en la actualidad suene a burla, a las garantías de seguridad que México les ofrece, sorteando su destino con traficantes de personas, que hoy son los mismos que trafican los enervantes y armas que volvieron la vida de muchos mexicanos un infierno y desde hace poco más de una década, en muchos casos la razón de su migración. Aunque el riesgo es mortal, la travesía de los migrantes para cruzar los infiernos del México de nuestros días es solo el inicio para luego y, si tienen “suerte”, internarse en un país en el que el término “ilegal” nunca había sido tan hostil como ahora.

Registrada desde más de 150 años, la migración mexicana se documenta de manera más formal desde el programa de los Jornaleros Agrícolas. Desde entonces y hasta nuestros días y, aunque desde aproximadamente los años 90 se comenzó a observar una migración de la clase media, quienes principalmente emigran a Estados Unidos son las personas de lugares con la mayor marginación económica y cultural del país. Son mexicanos que, con grados de escolaridad precarios o nulos, sin imaginarlo decidieron enfrentarse a un país que proviene de una de las culturas más avanzadas en términos de la modernidad occidental, en donde se habla un idioma distinto, con costumbres y educación, literalmente por siglos, muy distintas a las de un México que hace apenas 500 años pertenecía a un mundo de creencias politeístas y que durante los siguientes 300 años fue colonia de una España intelectualmente reprimida y profundamente católica, con herencias culturales que atan a los mexicanos a nuestro pasado y nos dificultan comprender y adaptarnos a la forma de vida de los estadounidenses.