El presidente chiquito

27 de Mayo de 2025

Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

El presidente chiquito

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1ER. TIEMPO: En caída libre. El presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, viene en picada, por lo menos por lo que se refiere a la percepción política que se tiene de él. En pocas semanas ha demostrado lo que algunos pensaban: que carece de capacidad, no digamos talento, para manejar la cámara alta. Pero entre más críticas, Fernández Noroña más se mete en la espiral descendente. Se peleó con Leticia Robles de la Rosa, de Excélsior, una de las reporteras más experimentadas en el Senado, porque exhibió sus mentiras para ocultar gastos de viaje; esos a todo lujo para un traumado social cuyo arribismo choca con la doctrina austera de sus patrones. La insultó y la trató de intimidar con la fuerza de la institución detrás. “Yo no trabajo a contentillo de políticos”, respondió a sus amagos. “No me amedrenta”. El bravucón con fuero se retiró de esa pelea, pero no se pudo quitar las etiquetas en la espalda de desprecio por el doble discurso delirante que emplea, entre un san Francisco de Asís en la retórica, y un Rockefeller en sus aspiraciones. El senador estaba atravesando por un túnel en donde le están limpiando la pintura de agua con la que ha engañado por casi tres décadas. Hace no mucho recordábamos en este espacio que pocos políticos habían sido tan flamboyantes en el trópico mexicano como Gerardo Fernández Noroña. Pero también pocos, si no es que ninguno otro, habían sido tan pendulares. Desde que entró a la política profesional en 1988 como diputado externo del Partido Mexicano Socialista, que surgió en 1987 como el crisol de todos los partidos de izquierdas y fue la placenta del PRD dos años después, se distinguió por su beligerancia teatral. Ha sido un político que ha hecho mucho de su fama en tierra, pero no lo que en política significa un trabajo de base, sino literalmente, en el suelo. Sus protestas han sido gráficas. Fernández Noroña encontró sus primeros espacios en la izquierda como fundador u y líder de la Asamblea Ciudadana en Defensa de los Deudores de la Banca, que encontró su combustible en la crisis financiera de 1994 conocida como “el error de diciembre”, donde un choque entre el secretario de Hacienda Pedro Aspe y su sucesor Jaime Serra Puche, provocaron un cisma en el sistema de pagos. En 1996 hizo su primera presentación pública estruendosa, durante la convención bancaria en Cancún, donde encabezó una protesta tan violenta frente al entonces presidente Ernesto Zedillo, que terminó en la cárcel. Estuvo sólo unos días porque el líder nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador, intervino para que lo liberaran. Fernández Noroña descubrió el camino al star system de la política de izquierda. Llegó a la presidencia del Senado como un premio de consolación de López Obrador por haberse prestado a la charada de la lucha por la candidatura presidencial, sin imaginar el expresidente el daño que le iba a hacer, por culpa de Fernández Noroña mismo, que llegó a su nivel de incompetencia, que lo tiene permanentemente enojado.

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2DO. TIEMPO: El tirano de pacotilla. Cuando designaron a Gerardo Fernández Noroña como presidente del Senado, le pregunté a Francisco Garfias, otro de los reporteros más experimentados en la cobertura parlamentaria y columnista de Excélsior, cómo era este personaje florido que tantas veces ha pasado por las cámaras. Un desastre, dijo, no tiene capacidad ni conocimiento para manejar el Senado. Y en efecto, se equivoca en los procedimientos, se inventa tiempos legislativos, da y quita la palabra según le parece y utiliza el pleno para presumir lo que debería de ser una vergüenza. Aquellos gastos de viaje por los cuales se enfrentó sin éxito a la reportera Leticia Robles de la Rosa, fueron por un viaje que hizo al Parlamento Europeo en Estrasburgo, en donde dio un discurso ante los representantes de 27 naciones. De los 720 eurodiputados, quizás no estuvieron ni una decena presente, y al menos dos de ellos no pudieron contener la risa mientras hablaba. Pero no le importó. Para enfrentar la sorna y las críticas en México, tan pronto regresó de Europa colocó monitores en el pleno del Senado para reproducir el video de su participación en el Parlamento Europeo. No fue tan soporífero, porque algunos lo tomaron como parte del circo del presidente chiquito del Senado. No parecía que le iba a afectar el escarnio de haber demostrado ser un don nadie fuera de su pequeño reino, donde los líderes de Morena le prestan el poder. Allá por marzo se enfrentó a su némesis, la panista Lily Téllez, quien llevó al pleno la discusión de la designación de Estados Unidos a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales. Fernández Noroña, que milita en un partido donde abundan las sospechas de que prominentes militantes están vinculados con el narcotráfico, sin poder elaborar un discurso que sirviera como antídoto, le apagó el micrófono. Y le gustó. A principios de mes le hizo lo mismo al priista Rubén Moreira, que le reclamó que metiera en la agenda de discusión asuntos que a nadie importan, en lugar de debatir temas de interés nacional, como el conflicto entre la presidenta Claudia Sheinbaum y el expresidente Ernesto Zedillo, que dijo que México caminaba hacia una tiranía, y el campo de muerte en el Rancho Izaguirre en Teuchitlán. Fernández Noroña, prolífico en insultos pero seco en argumentos, repitió la misma justificación injustificada para apagarle el micrófono y no dejarlo hablar, que le dijo a Téllez: “está metiendo la agenda política por la puerta trasera”. Días después le aplicó la misma receta a la politóloga Denise Dresser, quien extendió su tiempo en el conversatorio sobre la Ley Censura en telecomunicaciones y radiodifusión, con el argumento que había pedido los minutos de una ponente que se ausentó. No valió de nada. Le apagaron el audio y el video.

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3ER. TIEMPO: El colofón del presidente chiquito. Cuando pensábamos que habíamos visto todo con el senador Gerardo Fernández Noroña, presidente de la cámara alta, descubrimos un nuevo fondo en su pozo. A finales de septiembre del año pasado, el senador narró en las redes sociales lo que llamó una “agresión” de un abogado llamado Carlos Velázquez de León en el Salón VIP de American Express del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, que se le acercó y le dijo que “mandaron el país a la mierda”, refiriéndose al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se hicieron de palabras y Fernández Noroña lo empezó a grabar, por lo que el abogado le quitó el teléfono, que después le regresó. El provocador se ofendió y buscó un castigo ejemplar. El senador presentó una denuncia por haber violentado su integridad e investidura, y caminó rápidamente en los tribunales de la Ciudad de México que determinaron que tenía que presentar una disculpa pública. Lo hizo el lunes pasado en el Senado, aplastado por la maquinaria política autoritaria del régimen, y con dos ministerios públicos que dieran fe de su disculpa. Las críticas llovieron sobre el senador por prepotente y autoritario. La politóloga Denise Dresser, que lo tiene en la mira desde hace tiempo, resumió todo lo que le llovió: “Esperamos también una disculpa pública por las incontables veces en las cuales ha insultado a ciudadanos, madres buscadoras, críticos, opositores y cualquiera que lo cuestione. Esperamos también una disculpa pública de Fernández Noroña por las incontables veces en las cuales ha mentido, distorsionando información y abusado de su puesto para obtener privilegios. Esperamos también una disculpa pública de Fernández Noroña por su conducta marrullera, muchas veces machista, antidemocrática e indigna en el Senado. El espectáculo que montó fue un abuso de poder”. La prensa le preguntó a la presidenta Claudia Sheinbaum su opinión sobre la exigencia del senador al ciudadano, y lo minimizó. Fue un acuerdo entre dos personas, dijo, agregando como crítica que “hay que enterarse exactamente cómo fue”, para no desvirtuar lo que sucedió. No habría que sorprenderse. Entre los representantes del régimen hay complicidades y encubrimientos, distractores y tergiversaciones para ocultar el fondo. El uso de los recursos del Estado contra un ciudadano es un abuso. Llevarlo al pleno, con dos fiscales para que notifiquen que sí cumplió con la disculpa y difundirlo por el Canal del Congreso, puede verse como un exceso de poder y una humillación inaceptable, pero también, debía saber la presidencia, el uso de recursos públicos para un asunto privado, se llama peculado. Fernández Noroña cometió un delito a la vista de todos, y la presidenta lo normalizó. No pasará de ahí. El presidente chiquito del Senado tiene fuero y la carta de impunidad que le extendieron en Palacio Nacional.

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