A veces, para entender hacia dónde va una ciudad —o incluso un país— basta con ver cómo se divierte su gente. Los espacios de encuentro dicen más de una comunidad que los discursos institucionales, y no es casualidad que muchos de los movimientos culturales más significativos hayan comenzado entre mesas, tragos y música en vivo.
Bajo esa premisa, vale la pena observar el camino de Antuan Harfuch, empresario mexicano que ha sabido identificar y transformar lo que la gente busca de una noche: algo más que fiesta, una experiencia.
Con cuatro generaciones dedicadas a la hospitalidad en su linaje, Harfuch no llegó al mundo del entretenimiento por accidente. En 2018 fundó Anónimo Cocina, en el corazón de Polanco, un restaurante que más allá de su carta, apostó por un concepto inmersivo: iluminación íntima, diseño elegante y una atmósfera en la que el comensal no solo se siente atendido, sino parte de una narrativa sensorial.
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Un año después, trasladó esa experiencia al mundo nocturno con PNO, un piano bar donde los asistentes pueden convertirse en protagonistas por una noche. El proyecto encontró su propio nicho al fusionar la coctelería de autor con la participación espontánea del público, una especie de cabaret contemporáneo en el que el micrófono cambia de dueño cada pocas canciones.
En 2020 llegó Sinatra, un concepto más sobrio y sofisticado. Y en 2024, el proyecto cruzó fronteras. Primero con Piano Bar Miami, y después con Napoleón, un night club en Florida que rinde tributo al hedonismo más puro: luces envolventes, DJ’s de alto calibre y una estética inspirada en el glamour clásico europeo con sabor latino.
Este año, la visión regresó a México con Anónimo PNO Acapulco, que busca reactivar la vida nocturna del puerto desde la elegancia. Ubicado en la Avenida Escénica, el lugar mezcla música en vivo, karaoke profesional, terrazas con vista al mar y coctelería de vanguardia. No es casualidad que la apuesta se diera en Acapulco, un sitio que ha luchado por recuperar su brillo después de años de abandono institucional y desastres naturales.
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Lo que Harfuch ha demostrado —más allá del éxito comercial— es que aún existen personas dispuestas a invertir en el detalle, en la atmósfera, en la experiencia no replicable. Y eso, en una época en la que la vida nocturna parece haber sido absorbida por la inmediatez y el algoritmo, es casi un acto de fe.
*La utopía del presente*
Y es que, al final del día, construir espacios así es una forma de utopía. Crear lugares donde la gente canta, se mira, se atreve, se transforma por unas horas, es también ofrecer una versión alterna de la ciudad, una en la que es posible el asombro, la comunidad y la pausa.
Durante los últimos años hemos hablado mucho sobre el fin de las utopías. Sobre cómo la cultura dejó de imaginar futuros deseables para centrarse en distopías que reproducen nuestras ansiedades. Pero quizá, como alguna vez se dijo, el futuro ya está aquí, sólo que disperso. En los pequeños actos. En los detalles. En una canción que suena mientras alguien brinda en la barra con una copa en la mano y la esperanza en los ojos.
Recuperar la capacidad de imaginar lo que podría ser mejor no siempre pasa por grandes manifiestos. A veces, se trata de algo tan concreto y, a la vez, tan poderoso, como encender las luces tenues de un piano bar y dejar que la ciudad vuelva a latir.