En abril de 2010, Nina Mazar y Chen Bo Zhong publicaron un descubrimiento sorprendente: después de comprar productos etiquetados como “amigables con el medio ambiente”, las personas se vuelven menos altruistas y más propensas a hacer trampas e incluso a robar.
Esta conducta no se debe a una maldición que tengan los productos ecoamigables; está estudiado que nos pasa prácticamente en todo lo que hacemos. Como ejemplos, Mazar y Zhong citan que tener una actitud no discriminatoria en un momento dado parece “autorizar” a las personas a hacer comentarios discriminatorios después, y que recordarle a alguien las conductas humanitarias que ha tenido en el pasado reduce sus donaciones de caridad en el presente. Tal parece que creemos que las conductas positivas compensan a las negativas.
›Los psicólogos le llaman el “efecto de licenciamiento” y, de acuerdo con Patrik Sörqvist y Linda Langeborg, investigadores de la Universidad de Gävle en Suecia, este mecanismo de balanceo psicológico es algo que los seres humanos tenemos muy arraigado, pues lo hemos desarrollado a lo largo de milenios de evolución.
En su artículo Por qué las personas dañan el medio ambiente aunque procuran tratarlo bien, Sörqvist y Langeborg repasan la evidencia que se tiene sobre cómo el efecto de licenciamiento es funcional en los contextos sociales normales: los daños y beneficios se compensan y podemos colaborar en beneficio de la comunidad y tener conductas egoístas en beneficio propio.
Sin embargo, “cuando se aplica el mismo razonamiento a los comportamientos relacionados con el medio ambiente, la gente tiende a pensar en términos de un equilibrio entre los comportamientos ‘respetuosos con el medio ambiente’ y los ‘dañinos’, y a explicar moralmente el promedio de estos componentes más que la suma”, escriben los investigadores. Pero estas “creencias ecológicas compensatorias e ilusiones de huellas negativas”, señalan, son erróneas, las opciones “ecológicas” no compensan las no sostenibles.
Algo similar sucede con los propósitos de año nuevo: no solo en nuestras vidas personales hacemos buenos propósitos que, en la mayoría de los casos, no llegamos a cumplir más allá de los primeros meses del año. Se ha medido que esto mismo les pasa, por ejemplo, a empresas e inversionistas, incluso se le llama el Efecto Enero.
“El Efecto Enero se explica, al menos en parte, por un marco de comportamiento basado en expectativas optimistas”, escribió Stephen Ciccone en el Journal of Behavioral Finance. El optimismo hace que, en enero, “suban los precios de las acciones de las empresas con niveles más altos de incertidumbre”, las cuales “decepcionan a los inversionistas durante el resto del año”.
Cada año, “a pesar de la decepción, el patrón de enero persiste debido al ‘Síndrome de la falsa esperanza’ descrito en la literatura psicológica”, escribe Ciccone.
Esto viene a cuento porque, al comienzo del 2021, vale la pena preguntarse si aún es posible corregir el rumbo y prevenir las grandes catástrofes que penden sobre el mundo.
850
mil de los 1.7 millones
de virus aún ‘no descubiertos’ en mamíferos y aves podrían desarrollar la capacidad de infectar a las personas.
¿Responder al llamado de la naturaleza?
“La Covid-19 es la naturaleza enviándonos un mensaje” se lee en el Informe Planeta Vivo, un estudio, elaborado por el World Wildlife Fund y publicado en septiembre, que encuentra que, de 1970 a 2016, el mundo perdió dos terceras partes de la fauna silvestre.
En esa aseveración coincide el Panel Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), cuyo informe se publicó a finales de octubre y cuyo coordinador, Peter Daszak, señala que “no hay un gran misterio sobre la causa de la pandemia de Covid-19, ni de cualquier otra pandemia moderna”.
El informe del IPBES apunta que en mamíferos y aves han de existir alrededor de 1.7 millones de virus no descubiertos’ actualmente, de los cuales hasta 850 mil podrían tener la capacidad de infectar a las personas, y como publicamos hace unas semanas en este semanario, esa probabilidad aumenta conforme aumenta la pérdida de biodiversidad, fenómeno que también pone en peligro los servicios de los ecosistemas, como son el agua limpia y la polinización de los cultivos alimentarios. Por cierto, cabe recordar que, según el WWF, donde el mensaje de la naturaleza debiera escucharse más fuerte es en América Latina, que ha perdido el 94% de su fauna.
“Las mismas actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad también generan riesgo de pandemia”, señala Daszak, y explica que éstas son “los cambios en el uso de la tierra, la expansión e intensificación de la agricultura y el comercio, la producción y el consumo insostenibles perturban la naturaleza y aumentan el contacto entre la vida silvestre, el ganado, los patógenos y las personas. Este es el camino hacia las pandemias”.
94% de la fauna que había en Latinoamérica en 1970 ha desaparecido
Aun así, tanto estos estudios como otros que se han publicado recientemente, llegan a la conclusión que aún es posible rescatar la biodiversidad en niveles aceptables. Con el cambio climático sucede algo similar, solo que…
Compromiso con el mundo (entero)
Según los informes de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estamos lejos de las metas propuestas en el Acuerdo de París.
Las emisiones globales de gases de efecto invernadero han seguido creciendo desde 2015. El Global Carbon Project detectó que entre 2015 y 2018 se han añadido el equivalente a miles de millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, principalmente por economías emergentes como las de China y la India, pero con las aportaciones de muchos países desarrollados.
›En 2019, las emisiones de gases de efecto invernadero alcanzaron un récord equivalente a 52 mil 400 millones de toneladas CO2, debido sobre todo al uso de los combustibles fósiles y a lo que se dejó de captar debido a la deforestación.
“Es cierto que las emisiones se redujeron en 2020, pero esa fue una respuesta a corto plazo a la pandemia de Covid-19, no el resultado de políticas para estabilizar el clima”, dijo hace unas semanas el presidente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), Hoesung Lee, en la apertura del taller IPBES-IPCC sobre biodiversidad y cambio climático.
Así que se calcula que los países, en conjunto, tendrían que triplicar sus acciones en favor del clima para estar en línea con el objetivo de solo aumentar la temperatura promedio global en 2 ºC, a la que se llegó en la 21 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) llevada a cabo en París en 2015.
Si, como propusieron delegados de las Islas Marshall que ya se están hundiendo, se buscara el objetivo de 1.5 ºC, los esfuerzos se tendrían que multiplicar por cinco. Pero como van las cosas, el calentamiento global será de 3 ºC aproximadamente, si se estuvieran cumpliendo las promesas climáticas actuales lo que casi seguro no ocurre pues el Acuerdo de París no tiene manera de obligar a cumplir sus lineamientos.
Una reciente revisión crítica de las políticas que se han implementado en diversos países para cumplir con las metas climáticas llega a la conclusión de que cinco países son los líderes en el desarrollo de políticas energéticas sostenibles y tecnologías de energía renovable: China, Estados Unidos (aunque no a nivel federal), Alemania, Reino Unido y Dinamarca.
El estudio encuentra que actualmente solo hay dos países cuya aportación de gases de efecto invernadero por combustibles fósiles es negativa: Bután y Surinam.
›Por otra parte, en junio de 2019, el Reino Unido se convirtió en la primera gran economía en consignar en la ley que para 2050 tendrán un “cero neto” en sus emisiones de carbono. Le han seguido Suiza (cuyo compromiso es para el 2045) Francia, Dinamarca y Nueva Zelanda.
Además, en tres países (entre ellos Chile) y la Unión Europea “el cero neto” ya es una propuesta de legislación, y nueve más en los que hay documentación de políticas públicas. La mayoría de estos últimos son europeos, pero, además de las Islas Marshall, destaca Costa Rica, que ya produce el 99% de su energía eléctrica de fuentes renovables y se ha comprometido a lograr emisiones cero para 2050 en todos los sectores.
Suman menos de 20, aunque hay otros 53 que han expresado buenas intenciones, no son muchos países, teniendo en cuenta que el Acuerdo de París lo firmaron 197.
Los autores de la revisión llegaron a la conclusión de que las políticas públicas y regulaciones necesarias para cumplir con los objetivos climáticos son las que dan respaldo a la innovación tecnológica, y los responsables de implementarlas, darles dirección y de conducir las inversiones de los consumidores son, por supuesto, los gobiernos.
Vale la pena destacar a Dinamarca, pues aunque este país es el pionero de energía eólica, desde que Poul la Cour construyó la primera turbina que permitió que para 1918 ya se hubieran establecido 120 centrales eólicas rurales, su producción de energía eléctrica proviene más bien de fuentes biológicas, del estiércol, las grasas animales y la paja derivadas de la agricultura y que se utilizan como base para elaborar biogás y biocombustibles líquidos.
2/3 partes de la fauna silvestre a nivel mundial que había en 1970 se había perdido para 2016, según el Informe Planeta Vivo del World Wildlife Fund.
Epílogo
En marzo de 2021, en China, se llevará a cabo la 15a Conferencia de las Partes de la ONU sobre biodiversidad (CoP15) y, en noviembre de este mismo año en Escocia, la CoP26 de cambio climático.
La esperanza es que Covid-19 haya servido como advertencia: las catástrofes naturales derivadas de las actividades humanas ocurren y seguirán ocurriendo.
Pero Covid-19 también puede servir como aliciente: la comunidad científica internacional se puede poner de acuerdo y trabajar por un objetivo común y muchos gobiernos están dispuestos a apoyarla y a tomar las medidas que sean necesarias, que en estos casos incluirán cosas como disminuir subsidios, por ejemplo, a la gasolina y a la pesca. Sólo cabe esperar que los negociadores no se dejen llevar y padezcan efectos como el de licenciamiento y el de enero.
“Cuando las personas intentan actuar de manera respetuosa con el medio ambiente, a menudo, de hecho, hacen más daño al medio ambiente... piensan que pueden justificar tomar el avión al extranjero de vacaciones porque han estado llevando la bicicleta al trabajo. Se han construido sistemas económicos completos sobre el mismo principio”, Patrik Sörqvist y Linda Langeborg, investigadores de la Universidad de Gävle en Suecia.