Polinesia, la historia que sólo el ADN podía contar

23 de Abril de 2024

Polinesia, la historia que sólo el ADN podía contar

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Científicos de Langebio en el Cinvestav de Irapuato encabezaron un estudio que demuestra que, hace unos 800 años, navegantes que salieron de Latinoamérica llegaron a alguna de las múltiples islas y contribuyeron a poblar la zona

El escritor suizo Erich von Däniken creía que eran obra de extraterrestres, los cuales, en alguna visita, las habrían construido con tecnología ultra avanzada.

Menos fantasioso, el explorador y escritor noruego Thor Heyerdahl pensaba que la tecnología necesaria para construir las imponentes estatuas moais y sus bases (llamadas ahus) tenían que venir de alguna civilización humana más avanzada que la que habitaba en la Isla de Pascua o Rapa Nui. Quizá los incas habían llegado desde Perú, pensaba Heyerdahl, o hasta los egipcios. Esas son sólo dos de las muchas propuestas que se han hecho para resolver el “misterio” de las moais desde que el 5 de abril 1722 (que fue día de Pascua) el explorador neerlandés Jacob Roggeveen llegó a la isla y le puso nombre en cristiano.

Para probar su hipótesis, Heyerdahl construyó una balsa como supuso que debían hacerlas los indígenas de la antigüedad (basándose en dibujos y descripciones de los conquistadores españoles). Tan seguro estaba de su propuesta, que incluso llamó a su balsa Kon-Tiki, que se supone era el nombre antiguo de la deidad inca Viracocha.

El 28 de abril de 1947 Heyerdahl se embarcó con una pequeña tripulación y, aunque haciendo un poco de trampa, después de 101 días y de recorrer seis mil 900 kilómetros logró llegar a un arrecife de la Polinesia Francesa llamado Raroia. Esto, por supuesto, no demostraba nada, así que la controversia sobre el origen de moais, ahus y polinesios sólo se hizo más intensa. Todavía en 2012, un documental basado en el libro y la expedición de Heyerdahl compitió por un Oscar.

Desde hace algunos años, por pruebas genéticas se sabe que los pobladores originales de la Polinesia llegaron desde lo que actualmente es Taiwán, pero quedaba la duda de si en Rapa Nui no habría sucedido algo más.

Hoy, en la revista Nature, se publica un estudio liderado por científicos del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad (Langebio), del Cinvestav en Irapuato, que demuestra que Heyerdahl, en cierto sentido, tenía razón, pero también que estaba completamente equivocado.

Una fotografía genética

Originalmente, hacer este estudio “era una cosa impensable”, cuenta Andrés Moreno Estrada. Pero lo hicieron.

Todo empezó cuando en 2014 publicaron en la revista Science, el que hasta la fecha es el estudio más detallado de la diversidad indígena en México. “Describimos qué tan estructurada está la población, cómo se asemejan los diferentes pueblos indígenas… Causó bastante impacto”, recuerda Moreno.

Tanto, que los contactaron de la Universidad de Chile “para hacer un estudio similar en la población chilena, cuando todavía estábamos en (la Universidad de Stanford)”. Con el plural, Moreno se refiere a sí mismo y a su pareja y una de las coautoras del estudio, la antropóloga Karla Sandoval.

¿Sabías que? En el sitio Rano Raraku hay algunas estatuas inconclusas mucho más grandes que el promedio, incluyendo una que pesa alrededor de 270 toneladas

De hecho fue ella quien, estando en Chile, propuso hacer un estudio de diversidad genética en la Isla de Pascua. “Yo dije que estaría fantástico, pero que era una locura”. Y lo era, porque el proyecto en que estaban, llamado Chile Genómico, “era un proyecto fondeado con recursos federales, y los pobladores de la isla no están encantados con un gobierno que los anexó en 1988 a la fuerza”, agrega Moreno.

Sandoval explica que después de la Guerra de las Malvinas, el territorio fue concedido a Chile, “pero ellos no se consideran chilenos”. “Culturalmente son ‘otro boleto’, descienden de navegantes polinesios que llegaron hace cientos de años”, dice Moreno.

Claro que no era solo cuestión de ir y tomar muestras, “de llegar como científico representante de hombre blanco que saquea los recursos”; además de hablar con los líderes, obtener los permisos “queríamos hacer

una colaboración con la propia comunidad”.

Es un proceso que en lo personal llevo trabajando desde hace 15 años, desde que empecé con la comunidad Triki (en Oaxaca)” comenta Sandoval. En Isla de Pascua el proceso fue un poco más complicado de sus experiencias previas en otros países de Latinoamérica “precisamente porque hay una guerra de identidad fuerte”. La sugerencia de los investigadores chilenos fue “que no dijéramos que íbamos de parte de Chile”.

Así, fueron primero con el consejo de ancianos y entendieron “lo importante que era para ellos saber que venían de ancestros rapanuis, de la Polinesia”. Una vez que el consejo de ancianos les dio acceso, organizaron las charlas informativas, que se anunciaron por megáfono y por radio.

“No era llegar a explicarles ‘Esto es el ADN’, sino hablar de su historia y de las migraciones y de por qué es crucial conocerla mejor”, explica la antropóloga. “Es un tema sensible —dice Moreno—, porque la población Rapa Nui está muy al tanto de las múltiples teorías que hay sobre sus orígenes, del interés internacional por los moais... y en la isla se han tomado muestras de todo. Y siempre son extranjeros”, pues los pascuenses no tienen los medios para hacer sus propios estudios.

7,750 habitantes tiene actualmente la isla. Pascuense, rapa nui o rapanui son los gentilicios para sus habitantes.

De hecho, Sandoval y Moreno tampoco tenían en ese momento los medios, dado que no tenían el apoyo de Chile Genómico, “no es como que lleváramos en la maleta los materiales para tomar las muestras”, dice Moreno; pero con algunas dificultades los consiguieron. “En el aeropuerto de Santiago había que desaduanar, el día anterior a que saliera el vuelo… los agentes aduanales son la misma pesadilla en toda Latinoamérica”, recuerda el científico.

“Mucha gente se entusiasmó… se interesó en conocer más de su propia historia”, recuerda Moreno. Pero no toda la gente. “Tienen una historia oral muy rica y fidedigna. La generación de más edad sí nos decía: No necesito su ciencia, yo ya sé mi historia, tengo bien claro cuáles son mis ancestros”.

Al final se formó un grupo numeroso de personas interesadas en participar. Y obvio, nos preguntaban ¿Qué nos garantiza que ustedes si volverán?”, dice Moreno. La pareja recuerda que todo este proceso, los vuelos, las pláticas, la toma de muestras, lo hicieron con su hija de seis meses en la cangurera, lo que tal vez ayudó a darles más credibilidad.

“Lo hemos hecho en Oaxaca, en Perú, cuando hay resultados regresamos a la comunidad a entregarlos”. Así fue también en Rapa Nui. “Les entregamos lo que llamo una fotografía genética, con colores, sin los clásicos números ni porcentajes”.

Moreno explica que son cuidadosos en la entrega; por ejemplo, evitan hablar de “pureza” y se esfuerzan en comunicar la idea de que todos somos una mezcla que se refleja en la fotografía genética. “No tienes idea de lo bien recibida que fue la analogía, nadie preguntó por números, cada raya es un cromosoma y pintamos por colores. Lo rojo es africano; lo polinesio verde, casi todo era verde”.

“Fue un refuerzo de identidad tremendo, la gente se emocionaba porque de alguna manera se veía reflejada toda la historia que les habían contado sus padres y sus abuelos. Sí soy rapanui, no importa en qué medida”.

El ADN no miente

La controversia sobre el origen de los rapanuis y su capacidad para construir y mover las moais y sus aún más grandes, aunque menos elaboradas, bases, como explica Jared Diamond en Collapse, estaba sustentada en el prejuicio y el racismo de no creer que unos “meros salvajes” pudieran hacerlo.

Ciertamente, la construcción es excepcional, pero junto con otras muchas características, no es esencialmente distinta a la cultura polinesia que se manifiesta en las otras islas. De hecho, el lenguaje que se habla en la Isla de Pascua es polinesio, cosa que se comprobó desde 1774, cuando un tahitiano que acompañaba al capitán Cook pudo comunicarse con los rapanuis.

Pero lo cierto es que, aun sin los prejuicios, valía la pena explorar la posibilidad de que hubieran llegado indígenas americanos a la Polinesia, algo sobre lo que lingüistas y arqueólogos tenían algunas evidencias subjetivas y sujetas a la interpretación. “Era una pregunta muy difícil de contestar. Pero el ADN no miente”, dice Moreno.

Lo que hicieron es como un test de paternidad pero buscando cientos de años atrás para averiguar quiénes eran los ancestros de los actuales pobladores, algo que no podían hacer solos. Sus colaboraciones más extensas fueron con grupos de las universidades de Oxford y de Oslo.

Erika Hagelberg de Oxford fue clave. Moreno recuerda que “se me acercó después de una plática y me dijo: Tengo las muestras ideales para lo que tú quieres conocer”. Y sí, tenían muestras de todo el Pacífico, desde Taiwán, de donde hace cinco mil años salieron los navegantes que fueron poblando Filipinas, Indonesia, Melanesia y Polinesia, la cual es un inmenso triángulo con Hawai al Norte, Rapa Nui al este y Nueva Zelanda al suroeste.

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estatuas

hay en la isla, la mitad de ellas permanecen en el sitio Rano Raraku.

Comparar con muestras de Latinoamérica fue más fácil, porque ellos mismos tenían estudios de México, Perú, Chile y otros países. “Sumando los del Pacífico y Latinoamérica teníamos cerca de 900 muestras. Los 200 de la Isla de Pascua eran los más numerosos”. Gracias a eso pudieron distinguir dos tipos de genes indígenas en Rapa Nui, unos que venían del contacto reciente con Chile.

Para estudiar el paso del tiempo en el ADN, el equipo diseñó un sistema innovador. Moreno explica que en cada generación se heredan fragmentos de cromosomas; cada uno de nosotros heredamos unos fragmentos de nuestra madre y otros de nuestro padre.

En una primera generación, esos fragmentos son grandes, es posible que incluso tengamos hasta un cromosoma completo de uno solo de nuestros progenitores. Pero conforme las generaciones se suceden, los segmentos cromosómicos se van haciendo más pequeños. Mientras más pequeño es el fragmento, más antiguo. Con el análisis del tamaño de los fragmentos y su origen se puede dar una estimación del número de generaciones, que se puede aproximar al número de años.

Así pudieron ver que había un pequeño grupo de individuos con ADN de origen indígena, en porciones muy bajas del genoma de entre 2 y 5%, compuesto de fragmentos pequeños y que no estaban relacionados con Chile, México ni Perú.

Aún no están muy seguros, porque no tienen suficientes muestras con las cuales comparar, pero el origen de esos fragmentos de ADN debe estar en Centro América, Ecuador o, más probablemente, el norte de Colombia.

De lo que sí están seguros es que el análisis indica que han pasado entre 20 y 24 generaciones, lo cual implica que ese ADN se incorporó al genoma polinesio hace 800 años, alrededor del año 1200.

Sí, genoma polinesio, no solo rapanui. “Vimos que otras islas alrededor también tenían este componente indígena”. Lo encontraron en cinco archipiélagos, como las Marquesas del Norte, las Palliser y las Mangareva, que están distanciadas por cientos y hasta miles de kilómetros”.

“Esto nos dice que tuvo que haber un contacto antiguo cuando esta parte de la Polinesia apenas se estaba poblando”. Creen que fue un evento único y muy limitado, porque la señal es pequeña y porque es bajísima la probabilidad de que hayan llegado cinco embarcaciones a los distintos lugares.

Además, la expedición Kon Tiki salió de la costa de Perú, pero tuvo que ser remolcada para encontrar la corriente de Humboldt, que la condujo a la Polinesia. En cambio, “hay una corriente, la Ecuatorial del Sur, que pasa por Centroamérica, Colombia y Ecuador y acaba en Polinesia”, explica Moreno.

Desde la violencia y el menosprecio

Moreno comenta que ya que se publicó el artículo espera recibir críticas del tipo ¿y esto por qué demonios le interesa a México?

Interesa, por un lado, porque resuelve una pregunta trascendente que llevaba pendiente 300 años, y porque la respuesta habla de la naturaleza humana, del impulso de viajar y explorar, lo hacían desde miles de años atrás. El viaje a Rapa Nui desde las otras islas polinesias o desde el continente americano aún es complicado, aunque sea en avión. Aquellos navegantes lo hicieron en unas canoas; grandes, pero canoas.

También interesa porque conocer y recordar la historia de Rapa Nui es importante, pues actualmente se ha convertido en una historia real con moraleja. La competencia por construir moais cada vez más grandes e imponentes entre los 11 o 12 clanes que poblaban esta pequeña isla de apenas seis mil 666 hectáreas (tiene poco más de la mitad del tamaño de la alcaldía Iztapalapa en la Ciudad de México), acabó con su bosque, dado que necesitaban los troncos para transportar las esculturas. Actualmente no hay un solo árbol en la isla. Es un ejemplo de lo que podría sucederle al mundo si toma el camino de la conservación y la sustentabilidad.

Diamond cuenta que “los pascuenses le contaron a Thor Heyerdahl cómo sus antepasados habían erigido estatuas sobre los ahu. Se indignaron porque los arqueólogos nunca se habían dignado a preguntarles, y erigieron una estatua para él, sin usar grúa”.

Es decir, también interesa porque la parte contemporánea y científica de la historia de Rapa Nui es una historia de racismo, de falta de respeto y de desprecio por las personas de otras culturas.

Y en ese sentido, el logro de los mexicanos, sin omitir la colaboración de las universidades de Stanford, Oxford, Oslo y Chile, que Moreno y Sandoval son los primeros en reconocer, es que desarrollaron un método de análisis para reportar una pieza de conocimiento de nivel mundial, que además se puede aplicar a muchas otras preguntas y en la que ganaron una carrera en un terreno muy competido, pues hay un grupo en Dinamarca y otro de Nueva York trabajando sobre la ancestría en la Polinesia.

Interesa por lo mismo que decía en estas páginas hace unas semanas Gustavo Medina Tanco, a propósito de los ventiladores baratos y portátiles que hizo en el Laboratorio de Investigación Espacial, porque la ciencia genera gente capaz de resolver problemas.

De hecho, Andrés Moreno forma parte del equipo que, liderado por Alfredo Herrera Estrella (quien, por cierto, fue uno de los autores del artículo de Science de 2014), desarrolló hace unas semanas un sistema para poder hacer 19,200 pruebas tipo PCR a la vez para detectar el coronavirus.

Mientras tanto, el gobierno federal, que no hizo caso de las pruebas y amenazó con reducir en 75% el presupuesto operativo del Cinvestav, medida que aún podría aplicarse, y esas son sólo una muestra del menosprecio que ha tenido el gobierno federal por la ciencia.

Karla Sandoval comenta: “Me pesa ver que a nivel federal haya, no solamente ignorancia, sino hasta desdén por la ciencia; al parecer mientras más preparado estés y más oportunidades hayas tenido de formarte en el extranjero y volver a tu país para aportar te ven con peores ojos”.

La ciencia no es un lujo es una necesidad que permite el desarrollo económico, social, cultural y tecnológico del país, sin ciencia no hay país”, concluye Sandoval.

Por cierto, la mayor parte del trabajo se hizo en Guanajuato, que actualmente es el estado con mayores problemas de violencia en México. Según México Evalúa, durante el periodo enero-mayo de 2020, en la entidad murieron asesinadas 435% más víctimas que en 2015 y 13 de 99 asesinatos que ocurren diariamente en México suceden en Guanajuato. Pero también suceden otras cosas importantes.